lunes, 17 de diciembre de 2012

CIENTO QUINCE

Hoy he visto a un hombre tener miedo. Y como un perro lo he olido, el miedo. Y no he hecho lo que dicta el sentido común, que es alejarse, porque un hombre con miedo es el peligro, y no el perro.

Me he acercado. Y el miedo, o el hombre (no lo sé), ha hablado.
Yo he escuchado, como acostumbro. Y el día gris, tan gris, y no me impidió mirar, miro a las personas que me rodean y al hombre, y al miedo, y me pregunto qué nos ha llevado a todos ahí, y la niebla, y sus gestos, y los gestos, y las palabras huecas, y me pregunto qué nos ha llevado a todos ahí, y las frases apenas entredichas, y la espera ante una unidad médica en el trabajo, y qué nos ha llevado a todos ahí, y el estar, este estar, esa manera de estar, el estar de la gente, tan seguro, tan profesionales, con sus ojeras, su silencio, su sobrepeso, su manera de estar unidos a sus parejas no por amor sino por desprecio, su lunes por la mañana, y sólo veo miseria.

Y temo que alguien, que no sea yo, me esté mirando igual, a mí. Y se equivoque. Porque se equivocan siempre.

Sólo yo estaba de pie junto al hombre con miedo. Los demás no. El miedo da miedo.
O es que quizá no eran perros. Y la única perra soy yo.

Yo no iba a morder, porque las víctimas padecen rabia. Pero me resultaba morboso estarme quieta a su lado y ver lo blando y lo cobarde de un hombre grande, más alto que yo, más grande que yo, mayor que yo, y descubrir hasta qué punto el miedo puede llevarnos a mostrar, sin darnos cuenta, el propio miedo.

Y me quedé pensando qué ridículo es un hombre con miedo. Cuando el miedo se hace público y ya no te pertenece. Cuando el miedo se verbaliza. Cuando el miedo a nadie le interesa. Y qué derecho tendrá un hombre adulto a tener miedo.

Me asombró este hombre con miedo. Con manos sudorosas, queriendo irse. Con prisas, con titubeos. Con más miedo que orgullo. Sus gestos nerviosos. Sus torpezas. Su necesidad de huir. Te lo imaginas viviendo, y compadeces a su familia.

Pero quién sabe... Nunca podremos saber si el miedo a nada, a lo insignificante, a un simple análisis de sangre rutinario, se debe a una falta de hostias en la vida, o a un exceso de ellas.

lunes, 12 de noviembre de 2012

CIENTO CATORCE

Para leer hay que olvidarse de todo. Hay que olvidar la hora, y el entorno, y lo que tenemos que hacer luego, o mañana, o todo lo acumulado para la semana que viene y lo que hicimos hace dos días y, más, olvidar lo que no hicimos hace dos días. Hay que prescindir de todo eso, de esa nube de moscas blancas. Taparse los oídos al zumbido de un recuerdo, de un plan, de un sueño o la memoria en cámara lenta de esas imágenes vagas de un verano a la orilla del mar, despreocupado y feliz. Hay que hacer eso, para leer, y no dormirse.
He viajado por el libro más real que la vida me ha puesto en las manos. En el exilio siempre, sola y sin más equipaje que la piel. Ya es tiempo de volver. Lo he leído de principio a fin, de arriba a abajo, de fin a principio y bocarriba, bocabajo, con lupa, y de rodillas. He buscado todas y cada una de la palabras que no entendía en el diccionario, algunas las he entendido, otras no, no importa; he hurgado y buceado y me he llenado la boca de barro y de barro de la cabeza los pies; me he ensuciado y he dormido en regiones donde los aullidos al anochecer atemorizaban a los lobos, jamás hubo en una biblioteca historia más real; he devorado sus páginas y me he cortado la lengua con ellas, he masticado, las he escupido y me he roto los dientes, los huesos, he sangrado y yo sola me he cosido las heridas: no os debo nada. Ya puedo ir dejando espacio para que los libros me cuenten lo que les sucede a los demás. Si es que les sucede algo de verdad.
No hay silencio donde leer. 
No hay espacio donde leer. 
No hay tiempo donde leer.
Y sin embargo, es tiempo de volver. 
Es tiempo de volver a esa región largo tiempo habitada, que fue mi casa, mi hogar, mi refugio. Ahora sólo son los restos del naufragio y no queda nada. Pero hay que volver. Volver a los libros pulcros, irreales y ordenados, y cerrar, una tras otra, las compuertas de la presa donde acumulo y donde contengo, litro a litro, mi sangre fría.

jueves, 25 de octubre de 2012

CIENTO TRECE

Pierde tus recuerdos, tu memoria, debes dormir. Deshazte de tu nombre, del nombre de tus hermanos, de tus amigos, de tus padres, de cualquier conocido que ya no lo es. Pierde tus recuerdos. Piérdelos como quien pierde el boli rojo, unas llaves viejas y frías como los pomos de las puertas en invierno, o la cabeza. Quítatelos como quien se quita una blusa, un sujetador que aprieta, como quien se arranca un diente, como quien se extrae una astilla que duele, como quien se extirpa un tumor que crece. Incide. Corta. Dejará de sangrar cuando cicatrice la herida, aunque el corazón te lata dentro y te arda y te escuezan las venas con cada otoño, con cada primavera, con cualquier cambio de tiempo.

martes, 23 de octubre de 2012

CIENTO DOCE

¿Os habéis fijado alguna vez en los anuncios publicitarios? No los miréis fijamente más de diez segundos, son el infierno, y El Mal te absorbe en cuanto te descuidas. 

A partir de los diez segundos, el tejido cerebral empieza a agrietarse, y a los doce segundos la recuperación y el funcionamiento de ese tejido es casi imposible.

Podéis pasar de estar leyendo un libro (o una revista, tampoco es cuestión de sembrar el pánico en la cola de Caprabo: "¡¿Señora, ¿pero no ha leído usted a Mallarmé?!"...) a querer comprar una máscara de pestañas que logra convertir tus ojos en dos auténticos abanicos negros versión gitana para atraer amantes jóvenes, guapos, triunfadores, mazas. 
Podéis pasar de ser profesoras a querer ser profesoras que usan la pizarra para escribir "fruta más leche" y se ríen. 
Podéis pasar de estar conversando tranquilamente a querer blanquear las juntas de las baldosas del cuarto de baño y la cocina. 

¿Lo habéis visto? Blanquear-Las-Juntas-De-Las-Baldosas. He ahí un ejemplo de El Mal. El Mal Negro, Ponzoñoso, Vergonzante.

Podéis pasar de estar viendo una película a querer usar lubricante en vuestras relaciones sexuales porque el lubricante, ese lubricante, por lo visto, no sólo facilita la penetración de modo artificial sino que te pone cachonda como una perra en celo al borde del adulterio: "Antes lo evitaba, ahora soy yo quien lo busca". (Cara de pícara tras una rosa).

Me pregunto si valdrá lo mismo para el sexo anal. 

Uy, qué cosas digo. 

Podéis pasar de estar cenando relajadamente a querer usar un perfume que te convierte en a) una calientapollas irresistible o b) una dulce caperucita roja preparada para el casting de una peli porno o c) una bañista enamorada y escuálida que languidece al atardecer en un yate a la deriva en las costas italianas mientras le hablan de amor Mariu, si eres mujer. O, si eres un hombre, te convierte en un macho alfa que acaba la faena en un apartamento de New York, porque él no es un pobre salido, sino un rico seductor; o un macho alfa que es duro como el acero, frío como el acero, contundente como el acero, firme como el acero, gilipollas como el acero, mudo como el acero, sensible como el acero, pero irresistible para la perra en celo -con el lubricante, al borde del adulterio- como un cachorro de oso panda. 

Podéis estar degustando una copa de buen vino cuando de repente, caballero, puede usted desear convertirse en un jovencito flaco, torpe, ingenuo, perdedor y friki que, gracias a su desodorante, sufre el acoso de un ejército de ángeles caídos (obsérvese el doble sentido, el Mal) que parecen modelos pero no, en realidad son las becarias del Departamento de Hermenéutica Literaria de la Universidad de la Sorbona, en paro, por la crisis. Y el que sólo era jovencito, flaco, torpe, ingenuo, perdedor y, en definitiva, humano, se convierte también en un perfecto imbécil. 

Podéis estar, en definitiva, tomando el sol en la ventana, y de repente querer tiraros por ella por haber descubierto en el reflejo del cristal una cana, otra más, en tu cabello de mujer que se creía joven pero ya no porque no luce tan feliz y sonriente como la que se tiñe el pelo con un tinte de -atención- cobertura TO-TAL. Cobertura total. Y lo que parece un eslógan propio de un nuevo modelo de edredón se confunde con una nueva intensidad en el ritmo vital sin canas, sin pelos blancos, sin colores mate, sin caspa, sin puntas abiertas, con felicidad de la buena. Porque la vida es así, resplandece, como tú.

También podéis descubriros de repente, mientras os ducháis, haciendo planes para visitar urgentemente unos almacenes de electrodomésticos porque vosotros, nosotros, no somos tontos. Claro que no.
 

Quedáis avisados. 
Me voy a cenar.

BSO: http://www.youtube.com/watch?v=Zpz4_90LsL4

jueves, 11 de octubre de 2012

CIENTO ONCE

QUE ME HAN DICHO QUE HAY UN DESFILE MAÑANA...

jueves, 4 de octubre de 2012

CIENTO DIEZ

Qué difícil es reincorporarse a la vida de cerdito bueno tras un verano. No me gusta la palabra "vacaciones": viene implícita en la servidumbre a la que nos obliga el trabajo. No me gusta. Otra vez a alicatar la casa, a poner vigas, a reponer, a proteger, a guardar. 
Para el viento, para la lluvia, para el granizo, para el frío, para el intenso frío. Para los antidis-turbios y demás psicópatas armados. Para tantas cosas hay que volver a hacer de cerdito bueno y proveer. Como escribió Cortázar, para ablandar el ladrillo todas las mañanas...
Cerditos buenos. Qué difícil es. 
Pero me niego a no vivir en Venecia. Me he hecho veneciana. Me declaro en Venecia eternamente y en Venecia pienso morir. Ni un ladrillo, ni un horario, ni un adulto, ni un hospital, ni un trabajo, ni el ruido, ni el mal gusto van a conseguir arrebatarme mi casa de Venecia. La he visto. La he pagado cara. La he comprado. Y es toda mía.
Vengo cargada de tanto, y de tan poco, que me asusto sólo de pensar en todo lo que debería estar escribiendo. Pues quisiera hablar de las noches profundas de Madrid, inacabables, de la buena compañía, de las largas caminatas nocturnas, de todo tipo de cosas raras que ocurren, del cementerio monumental de Staglieno, del barrio antiguo de Génova donde anoche antes, de Venecia, de los tranvías de Milán, de Venecia, del redescubrimiento de los románticos ingleses, de lo feliz que he sido con una bicicleta en Florencia, de lo sobrevalorado que está el David de Miguel Ángel frente al Neptuno de Bartolomeo Ammannati, de la catedral de Siena, de Venecia, de Roma, de los romanos, de la poesía, del latín, del vino italiano, de Venecia, del amor, de las campanas que suenan ahora y me traen recuerdos de otros países y otros tiempos, de Venecia, del mar, de las piscinas, de la risa, de los Juegos Olímpicos, de los trenes, de la pasta italiana y el tiramisú, del calor, de Venecia, de los turistas y el tiro al plato, del baloncesto, de Venecia, de cómo es el atardecer en el oeste (ese lento descenso rojo del sol en el Mediterráneo y en los tejados italianos), de las noches y los días sin tiempo, sin reloj, sin frío, sin preocupaciones, sin ataques, sin sombras, sin granizo, sin nada. Del dolce fare niente. De Venecia. ¿He dicho ya que quiero hablar de Venecia? 
¿Existe esa ciudad? ¿Es real?
Venecia y Dios. 
Relación. Si la hubiere.

viernes, 20 de julio de 2012

CIENTO NUEVE

"Pelota de goma", lo llaman. Como si la amable, infantil, inofensiva, tierna palabra "pelota" y "goma", pudiera cambiar la Realidad. Como si esas palabras que incitan al juego, al esparcimiento, a la ternura, a la risa, a lo divertido, a lo blando, "pelota", y "goma"... pudieran cambiar el verdadero significado que tienen: proyectil, arma, objetivo, disparo, guerra, lucha, herida, gravedad, UCI, injusticia, abuso, poder, víctima, atacante, agresor, herida, dolor, sangre y muerte. ESAS SON SUS PELOTAS, LAS ÚNICAS PELOTAS QUE TIENEN: LAS DE GOMA.

lunes, 25 de junio de 2012

miércoles, 20 de junio de 2012

CIENTO SIETE

Releyendo a la Generación del 27. Contemplar aquello como lectora del siglo XXI, y española (a mi pesar), es tremendamente doloroso. Y os recuerdo que Jovellanos (¡Jovellanos!), por ejemplo, mucho antes, era político (¡político!). España no perdió una oportunidad. Perdió La Oportunidad. Me temo que la última.
País...

martes, 19 de junio de 2012

CIENTO SEIS

Todo resulta fácil para todos. Es como jugar a la lotería cada semana y que la lotería le toque a quien no juega.
Porque sabedlo, no juegan.
Realidad.

lunes, 18 de junio de 2012

CIENTO CINCO

Mis amigos II

Tenía una mancha en el ojo. Y una nariz de las que se dice que tienen personalidad cuando quieres a quien la posee. 
Y el pelo largo, que peinaba hacia atrás con poco disimulado orgullo. 

-Pero tú eres peluquero, Ramón... 

Y decía que no, aún teniendo una peluquería en su casa. Decía que no. 

- Yo no soy peluquero. Hago de peluquero. 

Y remarcaba mucho el "hago de". Enfatizaba. 

No lo entendí hasta más tarde. Años, quizá, tardé en entender la importante diferencia que hay entre el verbo "ser" y el verbo "hacer" siempre, pero sobre todo en el mundo laboral. 

No nos dejaba acosarle sexualmente, ni a mis amigas ni a mí, pero cuando íbamos a su casa nos recibía en pelotas. 

- Acabo de salir de la ducha, ¿cómo quieres que esté?

Claro, claro... le decíamos. 

Tenía una forma poco habitual de mostrar cariño: ayudaba siempre que podía. Si necesitabas algo, estaba ahí. 

Un verano, nos dio por colarnos en una piscina privada de madrugada. Era una piscina que estaba en el pueblo de al lado, y subíamos en varios coches. 

Formábamos un grupo de lo más variopinto, amigos, muy amigos, hermanos y conocidos en la barra de algún bar. 

Creo que éramos felices. Lo pasábamos tan bien que olvidábamos las raíces amargas de nuestros  pies, de nuestros pasos, de nuestros días. 

Saltábamos la valla y dejábamos nuestras cosas. Aunque "nuestras cosas" eran pocas. Por supuesto nos bañábamos desnudos. Bueno, algunas con bragas, tangas u hojas de parra. Uno de los del grupo es ahora alcalde del pueblo por una de esas extrañas conjunciones que a veces ocurren y todo sale bien. Tiene que ser un buen alcalde quien conoce desnudo las piscinas privadas de su pueblo. Lo es, lo es. 

Una noche, subimos al pueblo con unos chicos vascos que habíamos conocido hacía algún tiempo. Menos del que recuerdo, seguramente. Uno de ellos me gustaba mucho, pero era tan tímido que ni siquiera me miraba a la cara. 

Como yo también soy tímida, llevábamos pelando la pava varias noches. Y Ramón me decía: me gusta ese chico para ti, me gusta... 

- Bueno, no está mal... -me hacía la interesante-, pero no me hace ni caso. 

Nos metimos en el agua con los demás y yo, miope, no veía nada, claro. Sin gafas, y sin lentillas, y de noche. Pude notar que se acercaba a mí I., el chico que me gustaba. Y hasta que no me acorraló dentro del agua contra la pared y me dio un beso no supe a quién tenía enfrente. Mi pensamiento fue "espero que sea quien yo creo que es y quien yo quiero que sea...".

Cosas que pasan si no ves casi nada. Riesgos que tienes que correr.

Bueno, riesgo, riesgo... poco, la verdad. 

"Joder, con los tímidos"... (pensé). No voy a dar más detalles del momento beso estando yo medio ciega y hundiéndome en el agua (no hacía pie) porque voy de la melancolía a la risa y de la risa a la melancolía. 

Tardábamos tanto en secarnos que se nos hacía de día por el camino. No teníamos toallas, nada. Sólo la poca ropa que uno lleva en verano. Entramos a desayunar en un bar y mi hermano se dio cuenta de que no llevaba la cartera. Preocupación general, susto particular. ¡La piscina! Mi hermano es físico, y es de natural despistado. ¿Cómo recuperar lo olvidado en una piscina privada, de noche, en otro pueblo, sin coche y sin conducir? Tampoco estaba seguro de haberla perdido allí.

Ramón no tardó ni un segundo en ofrecerse. Condujo de nuevo hasta el pueblo vecino, por una carretera de curvas, sin dormir y dejando el café caliente del desayuno ahí, sobre la mesa. 

La cartera estaba ahí y mi hermano la recuperó. Volvieron por la misma carretera por la que habíamos vuelto todos una hora antes, por la misma carretera por la que un año después, en un accidente absurdo, Ramón se mató.

sábado, 16 de junio de 2012

CIENTO CUATRO

Escribir II

Escribir quizá para auyentar este miedo de ser yo y no ser la misma, este vuelco del corazón, este fantasma que puede asustarse de las palabras de las que no me asusto yo. Porque nada me espanta. 
Escribir para mantener la cordura o enloquecer del todo, pero no quedar a medias entre los vivos y los otros. Sobre todo no ser uno de ellos, uno de vosotros, aunque la soledad me pese y me haga daño a veces. Para encontrar ese camino tal vez que ninguno conocemos pero necesitamos para pisar firme, aunque sea de lado, o de puntillas. Nada me turba. 
Las cosas ya no son un mapa. Son un rompecabezas. Un GPS de la desorientación.
Escribir sin necesidad de decir nada. Porque no hace falta decir nada, ni siquiera es necesario querer hacerlo. Ya da igual. Ellos están allí, y nosotros aquí. Mientras haya un nosotros el golpe no será tan grave. No pasa nada. Escribir para dejar el mensaje dentro de la botella y la botella calentándose al sol junto a mí. Y mientras el último mensaje arde dentro, escribir uno nuevo sin destino, otra vez. Nada me espanta. 
Escribir: no hay nada que decir. Incluso esto ya lo dijo algún griego, cuando todo estaba aún por ser contado. Pero esa certeza de no llegar primeros a la meta, primeros a la "habitación de las cosas nuevas", no debería detenernos, ni enmudecernos, pues no es lo que queremos llegar primero, sino llegar mejor. 
Escribir, porque ha llegado el calor de golpe, como un dolor o una amenaza. Nada nos tranquiliza ahora, nada nos sosiega. Y no hay nada que hacer, lo he comprobado. Pero nada me turba. 
Escribir que lo intenté todo. Todo menos tirarme en paracaídas, o hacer galletas. Sí, dejo constancia, aquí dejo constancia, de que todo lo he intentado y para nada ha servido. Nada sucede. O yo no lo percibo. No, la paciencia no todo lo alcanza. Llaman paciencia a la resignación, cuando no se atreven a decir "ríndete", te dicen "ten paciencia". 
Escribir, para insultaros: no me hablen de paciencia los que jamás comieron tierra a la hora del recreo, los que jamás tuvieron que tragar su sangre por vergüenza, los que escupieron y no fueron escupidos, los que no llevaron gafas, los que no quedaron cojos, los que siempre rieron últimos y olvidaron que últimos, últimos, somos todos. 
No me hablen de paciencia ni de distracciones. Todo me sabe mal y edulcorado. No me quiero distraer. Las distracciones son para los imbéciles.
Todo ha sido inútil salvo arrancarme el corazón
y dejarlo por escrito. 


miércoles, 13 de junio de 2012

CIENTO TRES

Mis amigos I

Mi amigo Ramón llegaba al bar del centro del pueblo y decía:

- ¿Mar o montaña? 

Y en función de lo que nos apeteciera le decíamos una cosa u otra. Pero casi siempre decíamos mar. No importaba el día que fuera, o la hora o la estación del año. Daba igual. Si no íbamos a la montaña o al mar ese día, fuese martes o viernes, de día o de noche, era porque no queríamos.
A veces, me recogía a las tres de la madrugada, en su coche -un BMW viejo, grande- cuando yo cerraba la coctelería en la que trabajaba y me preguntaba con la ventanilla bajada: 

- Innes: ¿mar o montaña?

Yo echaba a andar a mi casa, resignada. 

- Estoy cansada, Ramón. 

Él respiraba hondo y sonreía. 

- Por eso: ¿mar o montaña?
- Ramón... Estoy cansada, quiero leer o dormir. 
- Entonces, vamos a mi casa... y te dejo leer. 

Y yo me reía: 

- Vaaaaale: mar. 

Y entonces nos acercábamos hasta el puerto de Barcelona y en la arena nos fumábamos un porro o nos comíamos un helado, y a veces ambas cosas. No hablábamos mucho. Ni él ni yo. Veíamos la vida pasar frente a las olas, al margen del bullicio espantoso de toda la gente que estaba "de marcha" por las discotecas y bares que abundan en esa zona portuaria de la ciudad. 

Nos reíamos. Fumábamos lentamente con caladas de noche, con avidez, aspirando una hierba que vete tú a saber de dónde había salido, pero estaba buena, estaba buena. Y nuestro estado mental se dispersaba en compañía: la luna seguramente plateaba las aguas tranquilas de ese mar de verano o primavera, de esa zona sucia y canalla de Barcelona, una ciudad que antes era decadente, y ahora sólo cae, y cae, y cae.

Mirábamos el sonido de las olas, escuchábamos la oscuridad. A lo lejos, a nuestra espalda, la ciudad bullía un viernes o un sábado por la noche. Algunos tambores más allá, de algún grupito de gente que hacía lo mismo que nosotros pero hablando y cantando. Al final, nos cansábamos de la posición del indio y nos echábamos hacia atrás. Y cerrábamos los ojos para verlo todo mejor. 

Si conseguíamos comprar cerveza fría también la disfrutábamos. Por aquel entonces a mí la cerveza no me gustaba demasiado, y mucho menos la marca de cerveza que suele beberse en Barcelona. Pero a esas horas, con calor y en buena compañía, todo viene bien. Quizá liábamos otro porro y seguíamos en silencio o Ramón se metía conmigo de alguna manera. 

- No sé por qué lees tanto. No vas a encontrar nada en los libros. 
- Ni fuera de ellos tampoco. 
- En los libros no vas a aprender nada que no puedas aprender fuera. 
- Venga, cúrratelo un poco más. 
- Es la verdad. 
- ¡La verdad! ¡La verdad! ¿Y eso qué es?

(Risas)

- La vida s´ha de viure, no llegir-la. 
- Oh, quina frase més bonica... 
- Quan creixis ho entendràs. 
- Potser sí, però jo moriré jove. Y los libros me ayudan a entender lo de fuera. Bueno, y también lo de dentro. Son como un mapa. 
- Eres demasiado mental. 
- Y tú demasiado pesado. 

Si teníamos suerte, al volver, cogíamos con el coche "la onda verde", como a él le gustaba llamarlo:  atravesar toda la Gran Via o la Avenida de la Meridiana con los millones de semáforos en verde. Y eso era divertido. Cuando volvíamos a casa siempre me dejaba en la puerta y me miraba con sus ojos azules y se reía. Lo único que no me dejaba hacer era acosarle sexualmente y apretarme con el índice y el pulgar el caballete de la nariz, un poco más abajo del entrecejo. Un gesto muy mío que no soportaba que hiciera delante de él. 

- ¡No hagas eso, no hagas eso! 

Ramón a veces miraba alrededor de nuestras cabezas como si fuera capaz de percibir algo que sólo él podía ver y que los demás jamás podrían, ni fijándose. Y decía, como años después dirían los personajes azules de "Avatar": 

- Es que, innes, te miro... Y te veo. 

Y me daba un beso en la frente. Y yo pensaba "¡Hay que joderse...!". Me reía porque me decía cosas para las que todavía era demasiado joven. Y siendo demasiado joven te ríes de lo que no entiendes.

Yo me iba a dormir, y él a Montserrat. 

¿A Montserrat? ¡Pero si eso está a 60 km! 

Me gusta el amanecer allí, decía. 

Y se iba al monasterio de Montserrat, a ver a la virgen y el amanecer.


martes, 12 de junio de 2012

CIENTO DOS

Me voy al dentista. Vuelvo otra vez de nuevo al dentista.

Algún día, le daré sentido a todo esto.


lunes, 11 de junio de 2012

CIENTO UNO

La Tierra se mueve sobre su eje a una velocidad en el ecuador de 465´11 m/s.

La Tierra gira alrededor del Sol a una velocidad media de 29´8 km/s.

El Sol se mueve dentro de la galaxia a una velocidad de 220 km/s y la Tierra lo acompaña, al igual que el resto del Sistema Solar.

No me extraña que me duela la cabeza.

lunes, 4 de junio de 2012

CIEN

Odio los números redondos. No los puedo soportar. Me irrita de ellos, sobre todo, su injustificado y absurdo prestigio. 

                                            Enrique Vila-Matas, Para acabar con los números redondos 

martes, 29 de mayo de 2012

NOVENTA Y NUEVE

Vengo del dentista. Stop.
Me han arrancado una muela. Stop.
Quería escribir una entrada sesuda. Stop.
Sobre el sonido del molar saliendo al exterior. Sobre el sabor a sangre de la boca. Sobre las agujas introduciéndose fríamente en las encías. Sobre el dolor. Ay, sobre el dolor... Sobre las pausas que hace el dentista en mitad de la extracción. Sobre la lengua que nota la muela a medio salir. Sobre la presión que ejercen las tenazas. Sobre la sonrisa de la ayudante. Sobre la "servilletita" que te ponen en el "pechito" antes de que te puedas dar cuenta. Sobre el sonido del aspirador de saliva. Sobre el "enjuágate si quieres". Sobre el enjuague a duras penas. Sobre la agradable sensación que produce el perder la sensibilidad de la mitad de la mandíbula y la lengua. Sobre la enfermedad mental que necesariamente tienen que tener los dentistas. Sobre la necesidad de los dentistas. Sobre el sabor a sangre de la boca. Sobre la sangre en todas partes. Sobre el dolor. Sobre la comparativa entre muelas e icebergs. Sobre el vacío que te deja esto. Literal y metafórico, si lo hubiere. Sobre que sí que hay, un agujero, y no sólo en la boca. Sobre el precio, cómo no escribir sobre el precio. Sobre el hecho de que te digan que tienes los dientes muy mal, una y otra vez, una y otra vez, como si no lo supieras. Sobre esto: "Tienes los dientes muy gastados para lo joven que eres. Los tienes como los tiene la gente al final". 
Al final. Lo ha dicho así: "Al final". 
Sobre el final. Sobre si preguntar o no al final de qué. Sobre cómo afrontar este miedo al dentista con sentido del humor. Sobre el hecho de saber que Martin Amis describe muy bien el mundo "tengoproblemaschungosconlabocayestoyhastaloshuevosdeldentistaqueeselrepresentantedelMALenlaTierra" y no leerlo. Sobre la Torta del Casar que me he regalado al salir porque yo lo valgo. Sobre lo vulnerables que somos. Sobre lo curioso que es que lo pase tan mal con un dentista. Sobre la falta de lógica que tiene esto. Sobre no poder ni siquiera mirarme la boca en el espejo porque está lleno de sangre, mi boca también. Sobre la frase de Anica la Piriñaca: "Yo sólo canto bien cuando me sabe la boca a sangre". Sobre eso y la risa que me causa pensar según qué cosas en según qué momentos. Sobre los ojillos de placer mal disimulado de los dentistas cuando limpian caries. Sobre la vida en perspectiva de sillón en la consulta del dentista. Sobre la perspectiva de la muerte y su relación con los dientes "al final". Sobre todo eso y mucho más. 
Pero no lo voy a hacer. 
No estoy. Buenas noches.

sábado, 26 de mayo de 2012

NOVENTA Y OCHO

Amor. No hay nada que decir del amor. Comprendo que no hay nada que comprender. Eres el absoluto y él tu profeta inocente. Y ya está. Todo aquello por lo que nos rompimos la cabeza y el alma, todo lo que nos desquició a cualquier hora. Todo fue demasiado tiempo libre, un aprendizaje ficticio. De un juego que ya resultaba aburrido. No hay nada que saber. Nada que aprender. Todo es fácil. Eres sencillo como las cosas buenas y diferente a todo lo prescindible. Eres el absoluto. Nada más. Nada más.

jueves, 24 de mayo de 2012

miércoles, 23 de mayo de 2012

martes, 22 de mayo de 2012

NOVENTA Y CINCO

El sustantivo "felicidad" se estudia como sustantivo abstracto.
Yo digo que es concreto.
Como el dolor.

miércoles, 16 de mayo de 2012

NOVENTA Y CUATRO

Qué rápido se ha muerto Carlos Fuentes. Qué poco dura la muerte de uno ya. Incluso de los héroes, el funeral y el recuerdo consumen poco tiempo. Incluso de los héroes y los valientes, las palabras y los hechos son urgentes. Cada vez dura menos el minuto de silencio.

martes, 15 de mayo de 2012

NOVENTA Y TRES

Sales de la ciudad. Fiestas de San Isidro en el barrio de San Isidro. Como para no irse. Como para no huir, más bien. Vas en busca de poesía y belleza a otros lugares. Y las encuentras. Y las disfrutas y saboreas lenta pero intensamente como algo exquisito y perfecto que quieres llevar dentro en la memoria mucho tiempo, mucho. Vuelves a la ciudad. A casa. Ha habido feria. De hecho, hay feria, y a lo lejos algarabía imprecisa, inconexa, extraña; como de multitudes pasándoselo bien al modo que les deja el César mientras les reparte el trigo. Y la llegada del calor. Resultado: calles llenas de mierda. Mierda de gente que se divierte comiendo patatas al sol, haciendo cola para rifarse un peluche de poliéster y poniéndose boca abajo en la noria moderna a ritmo de chotis y, cómo no, son cubano sabrosón chico papi mi amor ya tú sabes perrea perrea ea ea. Calles llenas de mierda. Mierda por todas partes. Latas. Papeles. Cajas. Botellas. Mierda. Y fuegos artificiales, eso sí. Visto de fuera, el ser humano en la foto siempre sale mal.

lunes, 14 de mayo de 2012

NOVENTA Y DOS

ESCRIBIR I 

Escribir por todo lo que no se ha dicho a quien no se ha dicho. Escribir por turnos, pero sin pedir permiso, ni perdón ni buenos días. Escribir porque ya no se puede caer más bajo. Escribir, porque a pesar de todo, a los demás tampoco los leen. Escribir porque nadie más lo hace, nunca. Aunque digan lo contrario. No como tú. Escribir porque sigues sintiendo algo, sigue sabiéndote el mar a sal y el mundo amargo, sigue la sangre en el fondo palpitando y no has muerto como los demás porque la emoción aún la reconoces y la vives y hoy en un teatro, cuando abandonada en una soledad delicada y cruel, en un dolor de cristal, amargo y ácido que no encuentra ni encontrará nunca palabras para hacer sonar su melodía rota, sigues sintiendo la humedad también en los ojos con el monólogo de Hamlet, y soñar, y dormir, y morir, y soñar, que morir, que dormir, que qué más da.

viernes, 11 de mayo de 2012

NOVENTA Y UNO

"Si algo se te da bien, nunca lo hagas gratis"

El genial Joker en El caballero oscuro

NOVENTA

ASCO: Asma Social Crónico y Orgánico

Llevo mucho tiempo pensando para qué coño uso facebook. Me autoengaño diciéndome que, como todo, depende de cómo lo uses.
Estoy hasta los huevos de las fotos, vídeos, enlaces, autorreferencias y pseudopoemas de todo el mundo, incluidos los míos. La única diferencia es que el día que yo misma ponga un vídeo de mí misma pediré que me peguen un tiro, por gilipollas.
La gente está encantada de conocerse. Presumir de uno mismo me resulta tan tedioso como presumir de tener dinero, o presumir de ser cojo y hablar en esperanto o ser moreno y amante de la pesca o de tener un ojo de vidrio y callos en los pies.
Tengo serias dudas acerca de si la gente tiene claro que la vida real (o sea, la vida) es otra cosa.
Facebook no es un intercambio de ideas o etc., o al menos cada vez cuesta más usarlo para eso. Facebook es un contenedor de basura, frustraciones y autofelaciones.
Que oye, claro, si se llegan... que se la chupen hasta atragantarse.

¿Os molesta ser anónimos?
A mí me molesta dejar de serlo.
Y no sé cómo gestionar eso. Lo llevo fatal, sinceramente. Asma en estado puro.



viernes, 4 de mayo de 2012

OCHENTA Y NUEVE

Padre, confieso que he pecado

- ¿Tú también, hija mía?
- Sí, padre. Yo también. He pecado de pensamiento y de acción.
- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida y tal.
- Sobre todo "y tal".
- Padre he pecado sobre todo de omisión.
- Hija, estamos ante los ojos de Dios.
- Padre, se trata de este blog.
- Entonces hablamos de un pecado virtual.
- Sí, padre. Bueno... no. Es muy real. 
- Hija mía, me estás asustando.
- Sí, padre, yo también me estoy asustando.
- Hija, estamos ante los oídos de Dios.
- Padre, el título de este blog... no es mío.
- No, hija, es una criatura del Señor.
- No, padre, es un aforismo de Emile Cioran.
- Hija, estamos ante la ira de Dios...

miércoles, 2 de mayo de 2012

OCHENTA Y OCHO

De cementerios y pasiones II

Enrique Jardiel Poncela "descansa" en un cementerio cuyo enterrador/cuidador ¿jefe?, que lleva currando ahí treinta años, no sabe dónde está o no quiere decirlo. Se enfadó con nosotros primero por hacer fotos, después por estar ahí simplemente. Supongo que cuidar una sacramental durante treinta años te hace creer que tú eres el dueño de ese montón de tierra con restos, y cualquier elemento ajeno a ello que se infiltra en "tu territorio" te hace sentir inseguro y ladrar como un perro que protege una propiedad privada. No lo sé, lo imagino, no nos había pasado nunca algo así. Afortunadamente, otro trabajador joven amablemente nos indicó dónde se ubicaba el nicho de Jardiel Poncela. Se lo sabía de memoria, el hombre... Nos explicó con todo lujo de detalles como llegar hasta él, y no estábamos cerca... Y a mí me sorprendió y se lo dije: "Vaya, te lo conoces a la perfección".  Y sonriendo contestó: "Para uno que hay...". 
Sí, para uno que hay... Uno de los mejores escritores que ha dado nuestra lengua yace debajo de una marquesa. Imagino que no le incomoda. A mí me ha hecho gracia. Es un nicho normal y corriente, entre un montón de "nadies". Con unas flores de tela y un magnífico epitafio: "Si buscáis los máximos elogios, moríos". Pero olvidado, y todavía sin el merecido reconocimiento. Me pregunto dónde está su hija, su nieto... En fin, los herederos. De su memoria, sobre todo.

Jardiel Poncela, gracias.

miércoles, 25 de abril de 2012

OCHENTA Y SIETE

De cementerios y pasiones I



A menudo cuando digo que he ido a visitar un cementerio me dicen que lo sienten, afligidos. 

Cuando sonriente aclaro que he ido al cementerio para verlo, pasear y buscar epitafios, noto que mi interlocutor se queda como ofendido o con algo parecido a la contrariedad y el engaño. Supongo que se sienten defraudados, no lo sé. Al fin y al cabo habían dicho "lo siento" y nadie había muerto: han malgastado su cara de "aflicción profunda hipócrita" para nada. Y me acuerdo en ese momento del chiste: en un entierro, alguien, dándole el pésame a un familiar del difunto (de cuerpo presente), le dice "lo siento", y el otro le contesta "no,  mejor déjelo tumbado".

No hay nadie en el mundo, probablemente, con más miedo a la muerte que yo. 

No sólo a la mía, claro.

Pero la mía, sí, me da miedo, para qué negarlo. Y dudo que haya alguien que sienta más miedo que yo. ¿Hacemos apuestas?

Pero me pregunto qué tiene eso que ver con los cementerios. 

Me explico: ¿acaso es evitable acabar en uno? Si lo es, por favor, decídmelo. Me da igual la forma en que uno acabe, hecho cenizas o enterrado; si un cementerio es muerte, ahí vamos. 

Entonces, ¿qué pasa? Puedo entender que a alguien no le resulte agradable, que no le guste. Bien. Pero que pongas cara de asombro máximo por saber apreciar el arte funerario no, no lo entiendo. No entiendo ese asombro. ¿Acaso no ven los demás lo que yo veo? ¿Acaso no tenemos ojos todos?

Algunos cementerios son lugares hermosos, llenos precisamente de todo lo contrario que la gente ve en ellos: vida. Sí. Están llenos de vida, de vidas. De historias, de pasiones, de tragedias y comedias. Y alguna de esas historias es apasionante. En la Sacramental de San Isidro, por ejemplo, está enterrado el fundador del Museo Antropológico de Madrid, el doctor González Velasco. Menuda historia esa. Y también hay un nicho con un "Borbón y Borbón" dentro: muerto de un disparo "accidental" entre ceja y ceja. Curioso lo de esta familia con los errores y las armas, ¿no?

El arte que hay en los cementerios es quizá el arte más cálido, más sentido, más apasionado. El arte que ha nacido para celebrar y honrar la historia, la vida de alguien. 

No importa que sea el nicho de una niña cuyo padre ha convertido en una improvisada casa de muñecas en el cementerio de Albacete; o el magnífico, impresionante, maravilloso ángel alado (y con tetas, por cierto) que hay en el mausoleo de los Gándara en la Sacramental de San Isidro en Madrid. 



Esa casa de muñecas no es una casa de muñecas. Es la vida en estado puro: el dolor más descarnado de un padre que no soporta la pérdida de su hija. Es un "quejío", un lamento, y un grito que va mucho más allá del daño por la ausencia de alguien, mucho más allá de la cicatriz que deja una herida profunda. Eso es algo más. Es una celebración a su hija, un homenaje, una miniatura en la que cabe todo el amor posible. Y todo ello sin palabras. Maravilloso. No se puede decir más, con menos. 



Las esculturas dolientes son la expresión de la tristeza y la pérdida más arrebatadoras que he visto nunca, en ningún sitio, en ningún museo. Pero también de la soledad, la ausencia, el recuerdo y ilusión de la eternidad. Diría, aunque incurra en lugar común, que esas figuras tienen alma. Es verdad que no están vivas, pero también es verdad que no son sólo de mármol.

El recuerdo, la memoria, el amor, el arte: la única forma de vencer a la muerte. 

Nadie tiene más miedo que yo a la muerte. 
Yo supe que la gente se muere a los quince años, cuando un amigo murió. No importan las causas. Antes, había perdido abuelos, amadísimos abuelos, pero abuelos al fin y al cabo. Los abuelos se mueren. Uno lo aprende rápido. También había perdido tíos, pero tíos a los que yo veía mayores, aunque luego te das cuenta de que tan mayores no eran. Y mi abuela materna, por ejemplo, apenas superaba los sesenta. Mi madre ahora es mayor que su madre cuando esta murió. Eso tiene que ser extraño para ella. Y pienso en la madre e hija de "Amanece, que no es poco", y sonrío. Los que conozcáis la película sabréis por qué.



Mi amigo tenía 16 años y aún así murió. Me costó mucho tiempo, años, entenderlo. No sé si lo entiendo todavía. La vida te arrastra y pronto te das cuenta de que lo entiendas o no, los que se mueren están muertos. Y él lo estaba. Sí, la gente se muere. Y es horrible.

Al contrario de lo que pudiera parecer, no me gusta hablar de la muerte. Hablar, no escribir. Me cuesta mucho y me da mucho pudor, no creo que se pueda hablar "de la muerte". Es algo tan íntimo que me pone nerviosa. Además, no creo que nadie pueda entender nada. Ni yo, ni nadie. Y no siempre se mueren los demás, como decía Vila-Matas ("La muerte es algo que sólo le pasa a los otros"). En dos ocasiones le he visto la cara muy de cerca y no me gusta. No tener ningún tipo de creencia religiosa ni fe alguna, no ayuda, claro. Y sí, te mueres. Luego no eres el mismo y estás completamente disociado.

Y además duele. Y duele mucho. Morirse duele. Duele cuando los órganos empiezan a fallar. Sobre todo si estabas vivo y eras feliz y a los demás los ves cada vez más lejos. Imperfectamente bella la vida es algo grande.
No me gusta. No me cae bien la muerte. Es fea, es fría y no hay ninguna paz en ella. Ninguna.
Pero en los cementerios sí. Hay paz, son bellos, y hay epitafios que hacen reír. Y eso me gusta. 

El hecho es que hay mucha más vida en los cementerios que en algún otro sitio... Quizá por lo que los muertos callan, prestamos más atención a todo cuanto no dicen. Y los vivos... Los vivos hablan demasiado.

Siempre se escucha más a quien habla más bajo. 

El día 6 llevaremos flores a Larra otra vez. Porque le queremos. Porque está vivo y porque todavía tiene mucho que decir. Escribir en España... sigue siendo igual que llorar.


(Las fotos, cortesía de Polidori, como siempre) 


domingo, 15 de abril de 2012

OCHENTA Y SEIS

Vuelta a lo Real tras la Semana Santa en varias versiones

Versión 1: Atrevida

Algún año voy a hacer la prueba. Al volver de las vacaciones de Semana Santa, cuando me pregunten que qué tal, voy a decir que he estado en la Antártida. A ver si también se interesan tanto por mis vacaciones con la siguiente pregunta:

- ¿Y qué tiempo os ha hecho?

Versión 2: Real

O por qué me gustan más los adolescentes que los adultos:

Conversación con adolescentes:

- Hola profe.
. Hola alumno.
- ¿Qué tal las vacaciones?
- Muy bien. Y tú, ¿qué tal , todo bien?
- Sí... ¿Has ido a algún sitio, profe?
- Sí...
- ¿Y cómo lo has pasado? ¿Qué has visto? ¿Qué hablan? ¿Qué has hecho allí? ¿Te ha gustado?

Duración media de la conversación: 2 minutos.

Conversación con adulto:

- Hola innes.
- Hola Fulanito/a.

A continuación se dan dos besos, pero en realidad llamar "besos" a eso es una forma eufemística de decir que se juntan las mejillas. Y digo eufemística porque en algunos casos las mejillas dan bastante asquito. Y suele ocurrir que aquellos que juntan las mejillas para evitar los besos son los que dan asquito. Poco interés tengo yo en besarles, pero menos en poner mi mejilla sobre la suya.

Después de eso, da igual que uno haya ido a Barcelona, Edimburgo o el desierto de Gobi; siempre, invariablemente, la pregunta a continuación es:

- ¿Y qué tiempo os ha hecho?

Y a partir de aquí: El Gran Hastío. El Padre de Todos los Hastíos. Porque deviene un intercambio de observaciones y pareceres climatológicos absurdos y ridículos que, en la insistencia de mi interlocutor por el detalle resultan hasta patéticos. Ya escribí algo a propósito de esto hace un par de años, pero esta vez ha habido alguien que ha superado todas las expectativas: me han dado la hora exacta de inicio y fin de cada una de las nevadas que hubo en su pueblo.

Duración media de la conversación: 6 minutos.

¿A qué edad pensáis que uno se vuelve gilipollas?

¡Sí, tío, ha nevado, ha llovido, ha hecho sol, el planeta está vivo y gira alrededor del sol, supéralo!

Cuando tenía 15 años me llevaba bien con tres adultos.
Ahora, con 33, me llevo bien con alguno más, pero, visto lo visto, lejos de estar contenta, empiezo a preocuparme por ello.

Versión 3: Obscena

- Hola, me llamo Obs, y voy a cenar. Si llueve, que llueva.

Versión 4: Sincera

- ¡Hola! ¿Has salido a algún sitio?
- Sí, he ido a Barcelona.
- ¿Y qué tiempo os ha hecho?
- No sé, no me he fijado.

Versión 5: Personal

La gente no dice "Ha llovido".
Dice "Nos ha llovido".

Imaginan que el cielo tiene Un Plan.

Versión 6: aPASIÓNante

- ¿Qué, cómo ha ido?
- Bien... Pero una de las procesiones no pudo salir... y claro, ya no fue lo mismo, aunque las demás sí pudieron salir a pesar de la nieve... La procesión más conocida en mi pueblo, esa procesión que es tan famosa de Castilla... Esa que es tan bonita, ¿sabes? Esa no pudo salir...
- Apasionante...

Versión 8: Eufórica

- ¿Qué? ¿Que os ha llovido? ¡¿Que os ha hecho mal tiempo?
¡Pues os quedáis en casa y a follar!
¡Cerrad puertas, ventanas, cerrojos, echad la llave, colgad el cartel "Don´t disturb, we´re fucking". Poneos rojos, redescubrid al otro, disfrazaos, pervertíos, ensuciaos, lamed los dedos del amante, del amado, los dedos, los brazos, los pies, la cara, las piernas, que la humedad no esté solo fuera, buscad rincones corporales cuyo olor no conozcáis, dejaos seducir por la mirada voyeur del vecino, adulteraos, sudad, sudad como animales, no os guardéis nada! ¡Dejad, dejad que llueva! ¡Que granice! ¡Que las doce tribus de Jerusalén caigan! ¡Que Noé sea un aficionado! ¡Nadad en tempestad santa! ¡Que se ahoguen las ganas de salir a la superficie! ¡Gemid y entregaos al sexo, al placer de la carne, al ritual sagrado de la Satisfacción, de la humedad, y que llueva! ¡Que el mundo se hunda y nosotros follando!

- (...)

domingo, 1 de abril de 2012

OCHENTA Y CINCO

Y la noche llegó, y otra vez se hizo de día. Y saliste de casa, después de una hibernación, y ya era verano. Y de repente pones un pie en casa de otros y recuerdas quién eres.
Y es curioso.

A veces el contacto con gente genial te hace sentir... genial. Y agradecido.
Y es curioso.

martes, 27 de marzo de 2012

OCHENTA Y CUATRO

Si no puedo hacer bien lo que hacen todos,
haré mejor que nunca lo que no hizo nadie.

domingo, 25 de marzo de 2012

OCHENTA Y TRES

Nunca la RAE estuvo tan acertada.

cospe.

1. m. Cada uno de los cortes de hacha o azuela que se hacen a trechos en una pieza gruesa de madera, para facilitar su desbaste.



Real Academia Española © Todos los derechos reservados

jueves, 22 de marzo de 2012

OCHENTA Y DOS

Bueno, mañana no sé si estaré viva, pero hoy lo estoy y es lo importante. Voy a dormir cuatro horas.

Concierto de los Tindersticks... Son maravillosos. Aunque mañana no pueda ni abrir los ojos.

Gracias, Polidori, por llenarme los días de oxígeno.


(Pero por cierto, para el próximo, los asientos en la fila cuatro o cinco, que tampoco es necesario olerle el sudor a Stuart Staples :)

martes, 20 de marzo de 2012

OCHENTA Y UNO

Se va a mover el suelo,
pero muy pocos se atreven a decirlo.
Y de los que lo dicen
muy pocos saben protegerse.
Y de los que saben protegerse,
muy pocos se atreven a no hacerlo.

Esos.
Esos son mis semejantes.

sábado, 17 de marzo de 2012

OCHENTA

Yo no quería, no quería hacerlo, no, no, no... Pero es inevitable, lo publico o reviento. Estoy pasando una apasionante noche de sábado corrigiendo exámenes. Bien es verdad que hoy me he negado a levantarme a una hora razonable y esta tarde la he pasado en el cine viendo "The artist" (oh, sí, es buena, buena, pero el cine mucho, qué quieren que les diga, es como el Hip Hop, que "está bien, para quien le guste"). Así que ahora me toca hacer lo que no he hecho como buena cerdita que cumple con sus obligaciones.

Examen de 4º de ESO:

"Pregunta: Enumera las principales características de la Generación del 98.

Respuesta: La generación del 98 fue conocida como la época en la que los escritores se quejaban de la actualidad, en la generación del 98 destacaron Kierkegaard, Schopenhauer y Nietzsche, quien se atrevió a decir que Dios había muerto. También destacaron Fray Luis de León, Azorín, Pío Baroja, Antonio Machado...".

No me digáis que no es divertido este trabajo.

Bueno, hala, voy a seguir. Pero antes voy a por un machete a la cocina.

Y un gin-tonic bien cargado.




(Adenda: El extracto del examen lo he transcrito tal cual. Obsérvese la ausencia de faltas de ortografía y la corrección en la escritura de los nombres alemanes. ¿Es o no es maravilloso?)

viernes, 16 de marzo de 2012

SETENTA Y NUEVE

Tener certezas como el que tiene una casa. Y refugiarse en ella cuando llueve. Porque la lluvia a veces mancha, y una certeza te abriga y te protege contra el Asma.

lunes, 12 de marzo de 2012

SETENTA Y OCHO

Nueva cabecera. El Señor Humano nos visita.

SETENTA Y SIETE

A veces basta con el sol, con esta quietud. Disfrutar de esta luz en la calle, en un parque, en la montaña o en casa, como ahora. Esta quietud que es la que nos quieren quitar. No se sabe quién, ni se sabe por qué. Nunca. Pero quieren despojarnos de una calma que tenemos por derecho propio y porque sí. La perdemos a veces muy pronto, a veces tarde. Pero hay que (re)conquistarla. No sé qué haría si no pudiera parar, respirar y hablar conmigo en este silencio que me brinda cada tarde para reencontrarme con la parte más callada de mí misma.
Este momento, que pocas veces comparto como ahora, es quizá el momento en que mi cabeza se vacía y por lo tanto se recarga.
Este compartir escribiendo ya es faltar a mi cita conmigo. Pero hoy yo he necesitado compartirlo con no se sabe quién. Me escucho, y me hago caso. Me escucho, y me hago caso.
Es maravillosa esta hora de la tarde, y es maravilloso este sol y este silencio que arropa.
Hablo mucho durante el día. Mi trabajo me obliga a ello. Y es agotador. Ese dar y dar y dar y dar... Hay que hacer un esfuerzo para mantener la calma. Y cada vez requiero menos esfuerzos para conseguirlo. Gimnasia del "estar", será.
Necesito parar y recoger cada una de mis voces y recuperar parte de mí misma que he ido perdiendo durante el día.
Ahora, junto a este gran ventanal, junto a este sol y esta muchedumbre de pájaros a lo lejos que asombrosamente la tarde me regala en mitad de Madrid, recibo. Recibo lo que ahora me ofrece el momento. Y puedo imaginar incluso el mar, mi infinito y querido mar y sentir, muy íntimamente y sin melancolía, que lo oigo y lo huelo y nunca le digo adiós. Nunca le digo adiós. Sólo me voy tierra adentro.
Es importante abstraerse del ruido y la furia, y la prisa. Hagas lo que hagas no vas a llegar antes, no vas a llegar mejor, no vas a llegar a más yendo más deprisa. Es importante evitar los gritos. Evitar incluso hablar alto. Digas lo que digas, no se te va a entender más, ni mejor. No depende de tu volumen que se te escuche, sino de tu interlocutor.
El presente. El ahora. No sabemos qué sucederá después y me concentro en concentrarme en mis dedos, en esta luz amarilla y cálida, en este silencio quieto y no hacerme preguntas, ninguna. Evitar también las respuestas.
En estas soledades, diría Machado, uno puede echar de menos incluso un ruido. Pero no. No echo de menos nada, salvo el mar, y quizá el aplomo para no entristecerme por ello. Y me acompaña la certeza de saber, eso sí, que dentro de un rato tendré la mejor compañía para compartir esta fascinante aventura que cada tarde vivo, cada tarde, durante una hora, conmigo misma.

lunes, 27 de febrero de 2012

SETENTA Y SEIS

A veces tengo la tentación de creer en Dios. Necesitaría rezar, sé cómo se hace, conozco la fe, pero no tengo el ingrediente principal: dios.

jueves, 23 de febrero de 2012

SETENTA Y CINCO

"-Es usted una buena chica.
- No, sólo soy fotogénica. Pero ahora estoy desenfocada."

lunes, 20 de febrero de 2012

SETENTA Y CUATRO

Uno entre siete mil millones. Una entre siete mil millones. ¿Acaso no significa eso que te ha tocado la lotería?

domingo, 19 de febrero de 2012

SETENTA Y TRES

El desamor vende más. Pero el amor se regala.

viernes, 17 de febrero de 2012

SETENTA Y DOS

El sábado estuvimos Polidori y yo en una conocida librería. Él buscaba no sé qué libro (perdona, Polidori, no me acuerdo) y yo buscaba no sé qué libro (me acuerdo, pero no me lo perdono). El mío no lo tenían, no compré ninguno. El suyo sí, pero se compró otro. Después fuimos a otra librería y ahí sí pequé y me compré un par de libros de bolsillo: La información, de Martin Amis y uno de relatos de Raymond Carver.

Total, casualidades de la vida. El viernes escribía aquí un post retratándome a mí misma como una perversa cotilla y voyeur literaria en el transporte público, y el sábado nos toca a nosotros "sufrir" un episodio igual, pero al revés. Me explico:

dado que yo soy un poco maricona con las bajas temperaturas y no quise salir de casa motorizada por no sufrir con el frío, nos tocó volver en metro y sufrir con la gente, con la marabunta, con esa manada de seres que son feos y huelen mal. Sí, ya, ya... ¡qué fuerte, lo que dice! Pero no me digáis que no. La gente es fea hasta decir basta. Y en el metro más. Yo no, yo soy muy guapa y Polidori también. Refulgimos entre la multitud. Resplandecemos de belleza cuasi elfa, cuasi divina.

Pudimos sentarnos y, ansiosos, sacar nuestros nuevos -y resplandecientes como sus dueños- libros. Empezar libro nuevo es como una primera cita con alguien que te gusta y para el que te has perfumado, depilado y arreglado. Bueno, quizá me haya pasado un poco, pero es parecido. Pensadlo, pensadlo, se le parece mucho.

Yo saqué La información y me puse a leer. Polidori sacó su Historia del punk (claro, ¿cómo quieres que escriba bien el título si no me acuerdo?). A nuestro lado una chica, y enfrente un chico. Juntos, eran pareja. A los dos les dimos un buen rato, porque estuvieron burlándose de nosotros de forma bastante descarada. Y yo preocupándome por disimular y ser sutil cuando me toca sentamer al lado de un lector de El niño con el pijama de rayas.

Según me contó Polidori (yo no me enteré de nada, pues la lectura me tenía absorvida) ambos nos miraban y se reían. Supongo que les haría gracia que yendo juntos nosotros en lugar de "hablar" o mirarnos a los ojos, fuésemos leyendo cada uno su libro. La chica, entonces, le dijo al chico "cómprame un libro". Y se reían. Y ella, otra vez: "cómprame un libro". Y se reían. Y nos miraban. Y ella, insistente, "yo también quiero un libro, cómprame uno, ¿no?". Y otra vez y otra y otra: "cómprame un libro", "cómprame un libro", "cómprame un libro". Así estuvieron un buen rato. Bajaron en la misma parada que nosotros.

Polidori me lo contó con una sonrisa condescendiente en la cara. Yo le reproché que no me lo hubiese dicho antes, porque realmente no me enteré de nada. Y me hubiese gustado, la verdad. Me hubiese gustado poder decirle "Toma, mujer, ¿quieres el mío?".

La pobre, que estaba con el mono...

viernes, 10 de febrero de 2012

SETENTA Y UNO

Con la llegada del libro electrónico ir en transporte público ya no es lo que era. Antes me entretenía mucho fijándome en los libros que lee la gente. A quien leyera La sombra del viento le correspondía la Mirada de Medusa. A quien fuera leyendo El Código da Vinci (y encima con avidez), le correspondía la mirada Fíjate En Mí Que No Vas a Volver a Verme. A quien leyera Los pilares de la tierra le correspondía la mirada Profunda Mirada de Asco. A quien leyera a alguno de los Buenos, sin embargo, le miraba de forma menos fija y con profundo amor fraterno (cronopio cronopio).

Una vez vi a un señor con traje, corbata y maletín, con toda la pinta de comercial (no de catedrático; aunque no sé qué es peor...) leyendo a Eurípides en una edición de Cátedra. ¡Oh, por los dioses del Olimpo! A punto estuve de arrodillarme y besarle la mano y decirle que podía incluso votar al PP, que no me importaba nada. El mundo estaba salvado o, al menos, había esperanza.

Bueno, bueno, innes, tampoco hay que volverse loco...

Pero eso no suele ocurrir... Lo de Eurípides, digo, no lo del PP.

Una vez alguien me dijo que a veces pongo cara de entomóloga al mirar a la gente: o con ganas de clavarles un alfiler entre brazo y brazo o con ganas de estudiarlos. Siempre sorprendida, en cualquier caso. Entre el asco y la fascinación. ¡Mira, ha movido las alas! ¡Hazlo otra vez, hazlo otra vez! ¡Mira, se retuerce! ¡Hazlo otra vez, hazlo otra vez! Los demás son a veces como gusanos a los que no puedo dejar de observar. La de entomóloga, la cara que practico cuando frente a mí hay alguien sentado leyendo tranquilamente a Paulo Coelho. Aunque tan tranquilamente no estará cuando anda leyendo eso.

"Vaya, vaya... Qué tenemos aquí... ¿Los gusanos leen? Puede, pero no interpretan", pienso.

Es divertido. Entretenido, más bien. Pasas el rato, observas, imaginas, supones... He visualizado desmembramientos, lobotomías, descuartizamientos, descoyuntamientos, arañazos, ceguera repentina, todo tipo de golpes y muchos, muchos, muchos escupitajos.

Ahora, sin embargo, no sé qué hacer, ando un poco perdida en el metro o el tren. Siguen leyendo, claro, todos los demás siguen leyendo. Pero la miopía o astigmatismo de mi mirada, el grado de desprecio o profundo amor que les proyectaba iba en función de lo que estuvieran leyendo; y ahora cómo. ¿Cómo hacer una cosa así si va todo el mundo con el libro electrónico? Estoy completamente desorientada, perdida, insatisfecha con mi ratito de psicopatía mental. No sé lo que leen. No sé qué narices tienen ahí metido. No sé si están aportando su granito de arena para acabar del todo con la poca dignidad humana (si el oximoron es tolerable, que diría Borges) leyendo a Rhonda Byrne o intentando sobrevivir y siendo felices leyendo a Javier Marías o Martin Amis y haciendo de este sitio un Lugar Mejor. ¿Qué hacer ahora, cómo mirarles? No quiero mirar bien a alguien que lee El Secreto, o Harry Potter. Ni quiero mirar mal a alguien que no se lo merezca.

Sí, a veces yo también leo. Pero no suelo hacerlo en público. Me da vergüenza y miedo. Con Alejandro Dumas, por ejemplo, todos me miraban como si quisieran degollarme.

Creo que el insecto, finalmente, debo de ser yo. Aunque Kafka ya dijo algo al respecto.

martes, 7 de febrero de 2012

SETENTA

Kavafis, El dios abandona a Antonio

Antonio, el dios me ha abandonado
a mí también.
No sé a qué lado de la ventana colocarme
para ver pasar la comparsa invisible,
sagrada, y ser valiente mientras la contemplo.
De pronto, sí, oigo a medianoche
sus cantos, la comparsa fúnebre
y las trompetas.
Es que ya han llegado, Antonio,
para mí también, las voces fantásticas,
mi suerte que declina, mis proyectos
que fueron todo errores y mis hazañas
no cumplidas.
Antonio, temo ser miedosa y suplicante
como las cobardes.
Antonio, que has sido mi amigo,
mi amante, y estás del otro lado,
te has ido antes y ya sabes más,
no me dejes decir, como a veces quiero,
que fue un sueño. Que todo esto
todo esto fue un sueño,
y nada más.
¿Es este, Antonio, tú que lo viste antes,
el ritmo que hace Alejandría al alejarse?

viernes, 3 de febrero de 2012

SESENTA Y NUEVE

Wislawa, ¿morir?
Eso no se le hace a un gato.

Wislawa, has muerto.
Ya lo sabrás, claro.
Te habrás dado cuenta.
Pero es que has muerto.
Me has dejado huérfana.
Tú te has muerto. Y yo no.
Y eso, ¿cómo se hace?
¿Cómo se queda una sin ti?

¿Y ahora qué?
¿Fregamos los platos? ¿Una lavadora?
¿Planchamos, ordenamos libros?
¿Ahora qué? ¿Qué, poeta?

Wislawa,
no sé cómo decirte esto:
has muerto.
Tienes que irte.
Déjanos la paz.
Ahora, déjanosla.

Wislawa, te has muerto.
Por si no lo sabes.
Te has muerto. Y eso,
no se le hace a un gato.
Tú misma lo dijiste.

Estabas fuera del mundo,
pero te has ido sin contarme cómo eras
cuando eras joven. Qué hacías
cuando todo te dolía. Qué hacías
cuando no te dolía nada.

Dónde echabas a dormir
tu cabello blanco, quién estaba a tu lado.
¿Quién? ¿Hijo, marido, amigo, amante?

Versos. Tabaco. Café. Versos. Copa.
Periodistas. Pero los periodistas
tuvieron que venir luego. Antes,
¿qué hubo antes? No solías
reivindicar mucho nada
sólo pusiste un espejo frente
a lo que somos. Con eso basta.
Para reivindicar, sólo hace falta
vernos.

Y la risa. La sonrisa, más bien.
Te has muerto, Wislawa.
Déjame que te llame así,
como a una amiga.
Porque las mujeres que me explican
lo que tengo de ser humano y lo que no,
tienen que ser amigas.

Wislawa, te has muerto.
Ya no sé cómo leer todo aquello
que permanece en mi habitación.

No sabré pensar en ti como muerta,
Wislawa. Me has dejado sola.
Como dicen que estamos todos.
Pero unos más que otros, mujer.
Unos más que otros.

Los periódicos no hablan de ti.
No dicen detalles del tipo: entierro,
incineran, familia, cuerpo, funeral.
Detalles que perfilan una muerte segura.
Yo no sé si creerme que estás muerta.
Dicen: reedición, obra, completa.

Mira que si nos estás tomando el pelo.

Mándalos a la mierda, Wislawa, una vez más,
aunque sea la última.

miércoles, 25 de enero de 2012

SESENTA Y OCHO

Por orden de la señora alcaldesa del AYuntamiento de Madrid se hace saber:

A todos los fetos de la villa y corte, habidos y por haber, sean estos peras o manzanas, gametos o sietemesinos que, bajo cualquier circunstancia, bajo CUALQUIER circunstancia, queda total y absolutamente prohibido suicidarse.


Y oye, que yo voy a firmar, con dos cojones.

viernes, 20 de enero de 2012

SESENTA Y SIETE

Un momento, un momento, un momento...

¿Estáis seguros de que las enfermeras son seres humanos?

martes, 17 de enero de 2012

SESENTA Y SEIS

No podía dejar de decir...

Fraga 0 - Carrillo 1

miércoles, 11 de enero de 2012

SESENTA Y CINCO

Dicen que la convivencia es difícil.

No me atrevería a negarlo.

Pero el caso es que a mí no me lo parece y, además, me lo paso de puta madre.