lunes, 17 de diciembre de 2012

CIENTO QUINCE

Hoy he visto a un hombre tener miedo. Y como un perro lo he olido, el miedo. Y no he hecho lo que dicta el sentido común, que es alejarse, porque un hombre con miedo es el peligro, y no el perro.

Me he acercado. Y el miedo, o el hombre (no lo sé), ha hablado.
Yo he escuchado, como acostumbro. Y el día gris, tan gris, y no me impidió mirar, miro a las personas que me rodean y al hombre, y al miedo, y me pregunto qué nos ha llevado a todos ahí, y la niebla, y sus gestos, y los gestos, y las palabras huecas, y me pregunto qué nos ha llevado a todos ahí, y las frases apenas entredichas, y la espera ante una unidad médica en el trabajo, y qué nos ha llevado a todos ahí, y el estar, este estar, esa manera de estar, el estar de la gente, tan seguro, tan profesionales, con sus ojeras, su silencio, su sobrepeso, su manera de estar unidos a sus parejas no por amor sino por desprecio, su lunes por la mañana, y sólo veo miseria.

Y temo que alguien, que no sea yo, me esté mirando igual, a mí. Y se equivoque. Porque se equivocan siempre.

Sólo yo estaba de pie junto al hombre con miedo. Los demás no. El miedo da miedo.
O es que quizá no eran perros. Y la única perra soy yo.

Yo no iba a morder, porque las víctimas padecen rabia. Pero me resultaba morboso estarme quieta a su lado y ver lo blando y lo cobarde de un hombre grande, más alto que yo, más grande que yo, mayor que yo, y descubrir hasta qué punto el miedo puede llevarnos a mostrar, sin darnos cuenta, el propio miedo.

Y me quedé pensando qué ridículo es un hombre con miedo. Cuando el miedo se hace público y ya no te pertenece. Cuando el miedo se verbaliza. Cuando el miedo a nadie le interesa. Y qué derecho tendrá un hombre adulto a tener miedo.

Me asombró este hombre con miedo. Con manos sudorosas, queriendo irse. Con prisas, con titubeos. Con más miedo que orgullo. Sus gestos nerviosos. Sus torpezas. Su necesidad de huir. Te lo imaginas viviendo, y compadeces a su familia.

Pero quién sabe... Nunca podremos saber si el miedo a nada, a lo insignificante, a un simple análisis de sangre rutinario, se debe a una falta de hostias en la vida, o a un exceso de ellas.

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