lunes, 28 de febrero de 2011

VEINTIDÓS

Ya son las once de la mañana, dicen en la radio.
Hoy he salido a la calle a las ocho y media y me ha sorprendido que estuviera todo puesto.
Ha estado lloviendo y ahora sale el sol. Esto es de locos. Pero así es siempre todo, impredecible.
Me cuesta escribir. Y me digo que si me cuesta escribir tengo que escribir que me cuesta escribir. Pero a mí eso siempre me ha parecido estúpido. Constatar que no puedes escribir para constatar que sabes escribir. Eso es lo que hacen los niños. Claro que siempre es mejor hacer lo que hacen los niños que lo que hacen los adultos (bueno, casi siempre). Me caen mal los adultos. Aunque también me caen muy mal algunos niños.
Para escribir tengo que olvidarme de todo.
Pero todo parece que esté aquí, presente. Y a la vez está todo fuera de mí.
Ocurre todo a mi lado. Pero yo no participo de nada.
A veces, si acaso, noto algún sabor, algún olor, un sonido. Algo que me recuerda que estoy viva, que me pone en el camino, que me anima a andar.
El tacto suave del lomo de la gata al sol.
Pero desconozco si esas sensaciones vienen de mí o me las invento porque las recuerdo.
Si pongo la mano al fuego, la aparto rápido, pero no sé si es un acto reflejo o me quemo de verdad.
El tacto suave del lomo de la gata, ¿será lo mismo?
Y... ¿todo lo demás?



sábado, 26 de febrero de 2011

VEINTIUNO

Los de enfrente bajan las persianas de golpe, y sólo son las seis de la tarde. Brilla un sol hermoso aún a pesar de las fechas que corren. Bajan las persianas como si se avecinara un ataque zombi, y yo me pregunto por qué.
Todo está quieto y tranquilo. A veces parece incluso todo en orden.
Toda la tristeza que me consume, se vuelve a veces serenidad.
Algún coche pasa por la calle, despacio. Los estores hacen clinc clinc en los marcos de mis ventanas, porque yo estoy expuesta. Sin embargo, persianas, cortinas, todo corrido en sus casas. Incluso el hombre que saca el cuerpo para fumar, se preocupa de dejar muy bien puesta la cortina en su espalda para que nada de dentro se vea, y la persiana a la altura de su cabeza. A veces me pregunto si es que decoran sus casas con cadáveres momificados, o algo así; o es que tienen algún Rothko decorando las paredes del salón de sus casas (por lo que por mí podrían estar tranquilos), justo por encima del torito y la sevillana. No hay vida más allá. Se esconden. Hasta la vecinilla del bajo se ha ocultado hoy... Una vez, en un bloque que queda un poco más lejos, pero también frente a mi casa, vi un hombre trabajar en un escritorio bajo la luz de un flexo. Supuse que corregía o estudiaba. Levantó la cabeza de los papeles, me vio mirarle a lo lejos, bajó el estor y nunca, nunca más he vuelto a verle.
No lo entiendo.
¿Tan asustados estamos? ¿Tan metidos en la cueva que no dejamos ni siquiera que nos vean estar a salvo?
He visto a mucha gente escribir en sus casas mientras pensaban que nadie les veía. Quizá piensen que soy de la Policía del Pensamiento. Y qué va, soy una víctima, como ellos.

viernes, 25 de febrero de 2011

VEINTE

Un día tuve un ataque de asma Real porque mis pulmones estaban muy muy malitos. Y me dieron Ventolín. Y yo, a pesar de todo, sonreí. "Vaya, así que esto va en serio, por fin nos vemos, ¿dónde estabas sin mí, Ventolín mío?". ¿No tiene guasa todo? Y me dieron Ventolín, y me dijeron:

- Aspira como si fumaras. Espira.

Quién pudiera. Quién pudiera.
Curiosa forma de explicar el uso de este medicamento.
Todo lo demás, no sé explicarlo.

Si tuviera uno, lo usaría a menudo. Relaja.

Todo en esta vida, estuve a punto de perderlo. Todo, el amor, el odio, los recuerdos, las horas de soledad, las infinitas lecturas, las risas, la ilusión, el humor, las imágenes una vez vistas envueltas en un halo de luz: una mirada, una mano que se introduce en un pantalón, el perfil de la persona amada, la caricia que te erizó la piel, unas palabras escritas por alguien que ya está muerto, la infancia, un par de fotos que te miran, las lágrimas, las olas del mar al caer sol, el mar infinito, una música, la primera herida, algunos besos, la humedad de su lengua, todos esos recuerdos que, de una sola vez, nos acompañarán siempre vayamos a donde vayamos, menos a la muerte. A la que vamos solos.

La secuencia es "expira, inspira", y no al revés.

jueves, 24 de febrero de 2011

DIECINUEVE

El sol ofende. Cuando las ausencias pesan más que las presencias, y el pálpito de los días y las horas es lento, mecánico, indiferente, las carencias son lo único que dan la cara. Todo funciona igual sin ti. E igual de bien que el mecanismo de un reloj. Pensabas que ya nada iba a ser igual, y lo doloroso es que sí lo es. No importa todo lo que tengas, que sí importa. Pero no importa. Luce el sol y tú podrías no estar, quizá no estés y lo que contemplas es sólo la película muda titulada Lo que el viento no se pudo llevar, como el chiste. Todo aquello de lo que tu memoria ya no va a participar. Luce el sol, la ciudad está dolorosamente hermosa, los turistas se agolpan como siempre en el Museo del Prado y decenas de estudiantes broncean su piel en su día de salida cultural. Luce el sol, la primavera se ha adelantado, te preguntas por qué carajo, coño, joder, no hace frío como en tu corazón. Acto seguido te insultas por no tener la capacidad para inventar una imagen menos pringosa y cursi que esa. Brilla el sol, tienes la oportunidad de contemplar el paisaje urbano en un prosaico y liviano día de invierno, como una señorita que sale a tomar el té, con sus guantes y su sombrerito, displicente, desde un taxi. Si alguien te viera, no vería nada. Unas gafas de sol e insomnio común. No vemos la tragedia que lucha por no llegar nunca a escenificarse en esos transeúntes, tranquilos, despreocupados, aparentemente con rumbo. ¿A dónde irán? Cielos, ¿a dónde es que se dirigen? Luce el sol, un día magnífico para un asesinato del tipo "nadie lo esperaba, era una chica normal", uno de esos días en los que de un momento a otro puede haber un atentado, un terremoto, un tsunami, un ataque alienígena. Pero nada de eso pasa nunca. Casi nunca. La tragedia está en nosotros. En aquél que espera el semáforo verde para cruzar. En ésa que camina tan conjuntada. En ése, en el de la moto, ¿no le ves los ojos dentro del casco? En éste que me mira desde su BMW 4x4. En mí. Si no les ha alcanzado el tsunami, ya les alcanzará. No os asustéis; el problema es que sobrevives. Un día magnífico para frivolizar. No importa que el dinero que lleves en el bolsillo te alcance para rellenar tontamente esos ¿huecos? no, esas simas en el espíritu que dejaron el último meteorito de dios -era un regalo, pero no apuntó bien- en las que hay eco y sólo te oyes ya a ti misma repetir una y otra vez las mismas palabras una y otra vez, las mismas palabras, como si tú misma fueras ya única y solamante eso, y bien sabes que no es verdad, que eres muchas otras cosa aparte del dolor, pero de tantas veces darle a rebobinar te sabes el guión de memoria y lamentas que estés confundiéndolo con tu propia vida... Tratas por una vez ser superficial de verdad y en lugar de comprarle a tu novio una Triumph optas por una opción más de tu clase social y constatas que no está mal el futuro inmediato, pues en este preciso momento no sientes dolor (físico) y el dinero que llevas te alcanza para
a) pagar un desayuno con zumo de naranja natural, que ya es decir.
b) pagar un taxi de vuelta a casa, que ya es decir.
c) comprar una nueva falda o
d) aquellos zapatos que te gustaron o
e) el libro de dibujos infantiles tan bonito pero tan caro o
f) ese DVD o simplemente
g) la posibilidad de algo (eso es gratis).

Cuando algo te falta, lo demás se cae porque no existe.
Decía Federico Luppi en una película que un fantasma es una ausencia. Yo tengo muchos fantasmas en mi vida. Pero los dos últimos, los dos últimos, están pesando más que nada, más que nadie.

martes, 22 de febrero de 2011

DIECIOCHO

De los hospitales te vas siempre con la sensación de que huyes de algo, de que si no te das prisa en salir no te van a dejar ir; pero cada vez que te giras inquieto por los pasillos, asustado, acelerando el paso, pensando sólo en llegar a la puerta y cruzarla... te das cuenta de algo inquietante y curioso: nadie te persigue.

lunes, 21 de febrero de 2011

DIECISIETE

Si algo me gusta de vivir frente a otro bloque de pisos (con la debida distancia y altura) es ver a la gente hacer vida en sus casas. Observando usos y costumbres, deduzco un sinfín de cosas acerca de sus vidas, de sus historias, de sus alegrías y tristezas. A la vez, saber que frente a mí puede haber alguien que hace lo mismo que yo, y de esta forma ser yo un personaje inventado por alguien al otro lado, me hace gracia. Aunque creo que paso tanto tiempo en la ventana que no haber visto ya a alguien observándome me hace perder la esperanza de ser un personaje más.
La chica del bajo, por ejemplo. Tiene dos ventanas que dan a la calle y casi siempre están abiertas. Aunque haga mucho, mucho frío. Es joven, de unos treinta o treinta y cinco años. Vive sola y ha colgado una cortina azul y otra de color naranja en cada una de las ventanas. Las cortinas son transparentes, brillantes, de unos almacenes suecos que todos conocemos. Son cortinas que en su momento yo descarté por brillantes. A ella le han gustado. Pasa las horas frente al ordenador, con el messenger de hotmail abierto. Colecciona latas vacías en la ventana y una plantita más muerta que la mía, que ya es decir. A veces tiene ropa interior en un tendedero pequeñito que cuelga también en la ventana, pero hacia dentro. A veces se pasea en bragas y camiseta por casa. Está gordita y no me parece atractiva, pero me pregunto si se imagina que alguien la está observando. Imagino que sí, y eso la hace atractiva, pero poco. La semana pasada estuvo de viaje porque no encendió las luces ni un día en ningún momento. Me tuvo preocupada, ¿y si le ha pasado algo? Este fin de semana, por primera vez, ha bajado las persianas casi hasta abajo. ¿Habrá follado? Imagino que sí. De vez en cuando sale los viernes, o los sábados. Lo que el salario la permite, supongo. Quedará con amigas, con algún amante del que esté más enamorada ella que él. Llega tarde del trabajo y, en días como hoy, por ejemplo, aún no ha llegado. A veces la aconsejo en voz baja ("no te acuestes tan tarde", "ese chico no te conviene") y a veces imagino que me aconseja ella a mí ("pues anda que tú", "deja ya de mirar por la ventana"). En cierto modo la quiero, porque es una presencia muy poco molesta y porque me transmite soledad, y esa soledad me recuerda a mí.
Aunque no tengamos nada que ver, salvo las ventanas abiertas pese al frío, o precisamente por eso. Este frío que no se va.

viernes, 18 de febrero de 2011

DIECISÉIS

A veces la vida llega, te saluda, te da los buenos días y tal, te hace un masajito, te invita a una copa, te seduce, te la quieres follar... y justo en ese momento se ríe, se viste, recoge sus cosas, te destroza, te deja temblando, te pasa por encima y se va.

jueves, 3 de febrero de 2011

QUINCE

COSAS DE LA COTIDIANIDAD...

El día anterior a un intervención quirúrgica, tuve que tomar un Orfidal por recomendación médica. Fue una operación a la que ya me había sometido hacía unos meses, y para aquella ocasión no tomé nada. La segunda vez, por aquello de poder ir más tranquila, quise arriesgar...Y a pesar de ser muy reacia a la toma de este tipo de drogas, me lo tomé como una aventurilla que lo mismo hasta me gustaba y me zombificaba un poco, lo cual es de agradecer. Claro que como la antestesia no hay nada y yo la esperaba con ansiedad e ilusión: pon un anestesista en tu vida y sé feliz.

Situación uno. En la cama:

- Me he tomado un Orfidal.
- ¿Y...?
- (...)
- ¿?
- Dice el prospecto que te insensibiliza.
- Qué suerte.
- Cielos, creo que funciona.
- ¿En serio?
- Sí, ya no te quiero.
- Ah, bueno.

Al cabo de un rato. En la cama también:

- Me he tomado un Orfidal.
- ¿Y...?
- No siento nada en especial...
- ...

- (Sorprendida) Bueno, supongo que de eso se trata.

Me dormí, como me duermo siempre. Al día siguiente, antes de la operación, estaba exactamente igual. Por la mañana, al levantarme, exactamente igual.

Y esa fue toda mi experiencia orfidálica. He fumado porros mucho mejores, dónde va a parar. Otro día cuento mi experiencia con el famoso Lexatín, que dormirme no me dormía, pero pararme el corazón hasta necesitar adrenalina, ¡sí!

miércoles, 2 de febrero de 2011

CATORCE

Y EL ASMA PUBLICITARIO...

El otro día andaba yo haciendo cosas por casa cuando oí salir del televisor una voz que anunciaba gafas. Yo antes usaba gafas. Quiero decir, siempre. Ahora las uso pero sólo de noche, después de quitarme las (benditas) lentillas. "Lentes de contacto", como las llaman insistentemente en las ópticas; siempre me he preguntado qué tendrán en contra de la palabra "lentilla". El caso es que oí esa voz haciendo publicidad de no sé qué marca de gafas, y decía lo siguiente:

"Cambia tus gafas y cambiarás tu look, tu estilo... y hasta tu personalidad".

Me llamó la atención, la verdad. Lamenté incluso haber dejado de lado mis gafas para poder cambiarlas.
Hostias, me dije, a ver si va a ser que la gente no quiere cambiar de personalidad por divertimento sino por hastío.
¿Quiere la gente cambiar de personalidad? Algunos deberían, pero no quieren. Otros quieren, pero no pueden.
Sea como fuere, ahora estoy tranquila (cof, cof) sabiendo que regalando un nuevo par de gafas regalo un nuevo pack de personalidad quita y pon.
Venga, va, ¿os imagináis la reunión de los publicistas antes de dar el visto bueno a ese eslogan?

- Cambia de gafas: cambia de personalidad.
- Mmm, demasiado suave.
- ¿Te odias, no te soportas, eres repugnante, inseguro, demasiado ingenuo quizá, desesperado? ¡Cambia de gafas!
- Mmm, demasiado agresivo.
- Blando.
- Demasiado agresivo.
- Bien, cambia eso por la palabra "estilo" y "look".
- Hecho.
Y el becario:
- Pero... ¿la gente querrá cambiar de personalidad?
- ¿Cómo no van a querer cambiar de personalidad?
- Hombre...
- Y que más da, lo que importa es que cambien de gafas.

El caso es que no recuerdo qué marca de gafas anunciaban. Así que no podré cambiarlas.
Las gafas, digo. La personalidad, si la tuviera, no la cambiaría.