miércoles, 26 de marzo de 2014

CIENTO TREINTA Y CINCO


Voy a tientas,
descubro el perfil intacto de una herida,
me preparo, conozco los síntomas,
de la hemorragia detengo sólo el miedo,
trazo a lápiz un camino,
aunque sé que no hay retorno,
es para la huida.

lunes, 24 de marzo de 2014

CIENTO TREINTA Y CUATRO

No deshojes margaritas.
Arráncate los dientes.
Uno a uno.
Te lamerán las encías.

sábado, 8 de marzo de 2014

CIENTO TREINTA Y TRES

La gran belleza

Yo nunca me tomé en serio a Proust, y ahora que el viento mueve con furia las persianas de la casa, y es de noche, a menudo, y he visto "La gran belleza" hace unos días y la gran belleza de la película se ha quedado en mí, pienso que quizás, tal vez, me equivoqué.
Si no te tomas en serio a Proust, ¿qué te vas a tomar en serio? Pregunta un personaje cuyo equilibrio mental (¿y eso qué es?) no parece muy evidente.
A lo mejor es eso. A lo mejor a Proust, a Roma, a la música, a las fiestas, al arte y al sexo y a la mundanidad es a lo único que nos podemos tomar en serio.
Gambardella pasea y las calles de Roma se abren a su paso. No parece que él disfrute de la ciudad sino al revés, es la ciudad la que agradece su presencia. 
Y lo sabemos, sabemos que es mentira, que la Roma que nos muestra el director no es otra sino la que un señor cuyo trabajo no ha podido estropearle porque no tiene, no lo necesita; la que un señor diletante, dicen que escritor, destinado a la sensibilidad, de recién estrenados sesenta y cinco años, ve. ¿Y qué? Quizá no es del todo mentira, y es la ciudad que existe en nuestra mente, es el "estado de ánimo" del que hablaban en "Doctor en Alaska", para explicar definitivamente qué es Nueva York. Es el lugar perfecto que imaginamos cuando cerramos los ojos, cuando viajamos, cuando viajo, es allí donde quiero estar: en ese lugar hecho por el hombre, por la historia, urbano, pero donde no hay nadie (¿dónde está la muchedumbre en la Plaza Navona, en el Tíber, en el Coliseo, en las calles?), las fiestas son exquisitamente ordinarias y todos bailan a cámara lenta, son felices, alguien (una modelo, una actriz, un escritor, un loco) recuerda a Proust, y reímos, el cinismo nos salva, así como la confianza para poder insultar a tus amigos y que no pase nada. No vayamos a hacer un drama, a estas alturas, que ya sabemos que somos todos igual de insignificantes, de miserables, de ricos. Ricos, pero insignificantes. Cenemos. 
¿Ricos para tener un coche caro? ¿Ricos para vestir los mejores trajes? No. Ricos para conocer a quien tiene las llaves de todos los jardines y palacios más bellos de la ciudad, de todas las puertas cerradas en Roma para preservar el arte que no está a los ojos del turista dispuesto a pagar un módico precio por la visita. Ricos para eso. Para contemplar en la penumbra y a solas (¡a solas!) un Neptuno magnífico que deja en bragas por su poderío y su tamaño al David ridículo (y falso) expuesto a la intemperie en Florencia. Ricos para contemplar El retrato de una joven, de Rafael Sanzio, y tener que sentarnos... Y poder sentarnos. Ricos para tener una hamaca y poder tumbarnos en ella con una copa, al sol. Ricos para tener una terraza donde tener la hamaca. Y una casa donde tener la terraza, eso sí. Y ricos, sobre todo, para tener tiempo de tumbarnos en la hamaca que tenemos en la terraza. Ricos para no saber qué se hace por las mañanas, cómo se gasta el tiempo hasta las tres de la tarde. Ricos para reservar un teatro durante tres noches para un amigo dramaturgo. Ricos para pasear. Ricos para eso.
Y es que como los niños, los adultos también tenemos derecho a soñar. Y el deber, diría, incluso.
"Las congas de Roma son las mejores, porque no van a ningún sitio".
Y yo también, al escuchárselo decir a Gambardella, le miro, y cuando me doy cuenta de que habla de nosotros, de todos nosotros, me estremezco. 
La literatura, el arte, la música, el sexo. Debajo y dentro está lo difícil. Sólo debajo, y sólo dentro, preservados de lo visible. Lo demás, es todo un truco. 
Sólo un truco.