jueves, 18 de agosto de 2011

CINCUENTA Y UNO


Innes in Scotland.








viernes, 12 de agosto de 2011

CINCUENTA

No se sabe cuánto pesa el tiempo. O cuánto tiempo pesa lo que sabemos.
Yo cada día peso menos. Sé menos. Sé más, pero sé menos. O sé menos, pero sé mejor. Pero cada vez menos. El tiempo pasa. El tiempo me puede, me usa de filtro, para pasar, pasar y dejar sus posos en mi frente, en mis pies, en mi estómago. Y también deja sus posos en vosotros, os he visto. En la palma de mis manos. El tiempo no le apresa a uno, le deja ir. Un día te sacude. Otro día te devora. Otro te mastica, te digiere; y al rato, te vomita. Él es Tiempo; tú, no eres nada. Apenas un instante, una pizca de materia cuyos plomos se han fundido.
Yo no sé lo que es el tiempo, pero existe. Un día puede convertirse en un maratón. Otro, sin embargo, tiro con arco: el lanzamiento de una flecha que, nunca, da en la diana; y a veces ni eso, a veces, sólo el sonido. O casi un gesto, un estornudo o un disparo sin puntería. La herida abierta de un antiguo dolor o la cicatriz que escuece y pica y no queremos rascar.
Apenas un segundo. O unas horas. ¿Qué mide eso, la cabeza o el reloj? Poco tiempo para domir. Mucho para esperar un milagro. No es mejor dormir que esperar un milagro de la primavera.
No quiero milagros, pero quisiera saber esperarlos.

¿De qué está hecho el cuerpo hacia dentro? ¿De tiempo? No. ¿De tiempo perdido? Quizá. ¿De células? Tampoco. El cuerpo hacia dentro está hecho de todo lo que no se puede tocar, de sangre. La sangre sólo está dentro. La mía es de muchos, la tengo en usufructo y algún día, agradecida, la devolveré.

Toda.

sábado, 6 de agosto de 2011

CUARENTA Y NUEVE

Lo decía Gil de Biedma, en “Amistad a lo largo”:

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
Mirad:
somos nosotros.

Hemos tenido hoy un día de reencuentro con una de esas amistades a lo largo.

Nos hemos sentado en la terraza de los cines Luna. Es una terraza relativamente nueva, que forma parte del proyecto del ayuntamiento que consiste en montar un decorado general en esa zona para convertirla en lo que no es. A mí estos sitios ya me hacen desconfiar, porque vete tú a saber qué les importará a ellos si hacer las copas con alcohol o con lejía. Bien, pues lo he podido comprobar. Yo ya SÉ que es casi imposible que te hagan un buen mojito en un sitio en el que dicen que hacen mojitos. Ya lo sé. Pero aún así, y sobre todo en verano, no me rindo. Digamos que no pierdo la esperanza. Y después de preguntar si lo hacen (el mojito, lo otro ya sé que no) y, sobre todo, preguntar con qué ron lo hacen, me arriesgo. Pero esto, esto, no me había pasado nunca. El intercambio con la camarera ha sido el siguiente:


- ¿Qué va a tomar?
- ¿Hacen mojitos?
- Sí.
- Pues uno.
- Muy bien.
- Una pregunta... ¿Qué ron utilizan?
- Unnnn ronnnn... de... coctelería.
- ¿Perdón?
- Es un ron especial de coctelería.
- ¿Pero de qué marca?
- Es que... es un ron especial... - gesticulando- de coctelería.
- O sea, que no es ron.
- (Visiblemente molesta) Sí, es ron, claro, - y ya muy segura de sí misma - es un ron especial para coctelería. Se usa sólo en coctelería.
- Pues un gin-tonic, por favor.
- ¿De Beefeater?

No, de ginebra para coctelería, he pensado. Pero esto último no se lo he dicho. ¿Os imagináis que insisto?, les dije a mis amigos.

El gin-tonic lo ha traído sin rodajita de limón. Y se la he pedido. ¿A quién se le ocurre hacer un gin-tonic sin el limón? Supongo que también debe de ser propio del alcohol especial para el mundo de la coctelería. Ha traído un platito con cientos de rodajitas de limón.

Me pregunto por qué tantas.

Y yo lo sé.

A veces los demás también sufren asma por otros motivos: yo soy su Realidad.

Pues que lo sufran. Yo cada vez respiro mejor.

martes, 2 de agosto de 2011

CUARENTA Y OCHO

La noche pasa, y es así. Pasa. Cuando te acuestas miras el reloj que marca la una, la una y diez, la una y media... Apagas la luz de la lamparita. Al cabo de un rato, ya se sabe, el calor, enciendes la luz de la lamparita y miras el reloj, que marca las seis y media.

La noche ha pasado, definitivamente.

Y vuelves a apagar.