lunes, 27 de febrero de 2012

SETENTA Y SEIS

A veces tengo la tentación de creer en Dios. Necesitaría rezar, sé cómo se hace, conozco la fe, pero no tengo el ingrediente principal: dios.

jueves, 23 de febrero de 2012

SETENTA Y CINCO

"-Es usted una buena chica.
- No, sólo soy fotogénica. Pero ahora estoy desenfocada."

lunes, 20 de febrero de 2012

SETENTA Y CUATRO

Uno entre siete mil millones. Una entre siete mil millones. ¿Acaso no significa eso que te ha tocado la lotería?

domingo, 19 de febrero de 2012

SETENTA Y TRES

El desamor vende más. Pero el amor se regala.

viernes, 17 de febrero de 2012

SETENTA Y DOS

El sábado estuvimos Polidori y yo en una conocida librería. Él buscaba no sé qué libro (perdona, Polidori, no me acuerdo) y yo buscaba no sé qué libro (me acuerdo, pero no me lo perdono). El mío no lo tenían, no compré ninguno. El suyo sí, pero se compró otro. Después fuimos a otra librería y ahí sí pequé y me compré un par de libros de bolsillo: La información, de Martin Amis y uno de relatos de Raymond Carver.

Total, casualidades de la vida. El viernes escribía aquí un post retratándome a mí misma como una perversa cotilla y voyeur literaria en el transporte público, y el sábado nos toca a nosotros "sufrir" un episodio igual, pero al revés. Me explico:

dado que yo soy un poco maricona con las bajas temperaturas y no quise salir de casa motorizada por no sufrir con el frío, nos tocó volver en metro y sufrir con la gente, con la marabunta, con esa manada de seres que son feos y huelen mal. Sí, ya, ya... ¡qué fuerte, lo que dice! Pero no me digáis que no. La gente es fea hasta decir basta. Y en el metro más. Yo no, yo soy muy guapa y Polidori también. Refulgimos entre la multitud. Resplandecemos de belleza cuasi elfa, cuasi divina.

Pudimos sentarnos y, ansiosos, sacar nuestros nuevos -y resplandecientes como sus dueños- libros. Empezar libro nuevo es como una primera cita con alguien que te gusta y para el que te has perfumado, depilado y arreglado. Bueno, quizá me haya pasado un poco, pero es parecido. Pensadlo, pensadlo, se le parece mucho.

Yo saqué La información y me puse a leer. Polidori sacó su Historia del punk (claro, ¿cómo quieres que escriba bien el título si no me acuerdo?). A nuestro lado una chica, y enfrente un chico. Juntos, eran pareja. A los dos les dimos un buen rato, porque estuvieron burlándose de nosotros de forma bastante descarada. Y yo preocupándome por disimular y ser sutil cuando me toca sentamer al lado de un lector de El niño con el pijama de rayas.

Según me contó Polidori (yo no me enteré de nada, pues la lectura me tenía absorvida) ambos nos miraban y se reían. Supongo que les haría gracia que yendo juntos nosotros en lugar de "hablar" o mirarnos a los ojos, fuésemos leyendo cada uno su libro. La chica, entonces, le dijo al chico "cómprame un libro". Y se reían. Y ella, otra vez: "cómprame un libro". Y se reían. Y nos miraban. Y ella, insistente, "yo también quiero un libro, cómprame uno, ¿no?". Y otra vez y otra y otra: "cómprame un libro", "cómprame un libro", "cómprame un libro". Así estuvieron un buen rato. Bajaron en la misma parada que nosotros.

Polidori me lo contó con una sonrisa condescendiente en la cara. Yo le reproché que no me lo hubiese dicho antes, porque realmente no me enteré de nada. Y me hubiese gustado, la verdad. Me hubiese gustado poder decirle "Toma, mujer, ¿quieres el mío?".

La pobre, que estaba con el mono...

viernes, 10 de febrero de 2012

SETENTA Y UNO

Con la llegada del libro electrónico ir en transporte público ya no es lo que era. Antes me entretenía mucho fijándome en los libros que lee la gente. A quien leyera La sombra del viento le correspondía la Mirada de Medusa. A quien fuera leyendo El Código da Vinci (y encima con avidez), le correspondía la mirada Fíjate En Mí Que No Vas a Volver a Verme. A quien leyera Los pilares de la tierra le correspondía la mirada Profunda Mirada de Asco. A quien leyera a alguno de los Buenos, sin embargo, le miraba de forma menos fija y con profundo amor fraterno (cronopio cronopio).

Una vez vi a un señor con traje, corbata y maletín, con toda la pinta de comercial (no de catedrático; aunque no sé qué es peor...) leyendo a Eurípides en una edición de Cátedra. ¡Oh, por los dioses del Olimpo! A punto estuve de arrodillarme y besarle la mano y decirle que podía incluso votar al PP, que no me importaba nada. El mundo estaba salvado o, al menos, había esperanza.

Bueno, bueno, innes, tampoco hay que volverse loco...

Pero eso no suele ocurrir... Lo de Eurípides, digo, no lo del PP.

Una vez alguien me dijo que a veces pongo cara de entomóloga al mirar a la gente: o con ganas de clavarles un alfiler entre brazo y brazo o con ganas de estudiarlos. Siempre sorprendida, en cualquier caso. Entre el asco y la fascinación. ¡Mira, ha movido las alas! ¡Hazlo otra vez, hazlo otra vez! ¡Mira, se retuerce! ¡Hazlo otra vez, hazlo otra vez! Los demás son a veces como gusanos a los que no puedo dejar de observar. La de entomóloga, la cara que practico cuando frente a mí hay alguien sentado leyendo tranquilamente a Paulo Coelho. Aunque tan tranquilamente no estará cuando anda leyendo eso.

"Vaya, vaya... Qué tenemos aquí... ¿Los gusanos leen? Puede, pero no interpretan", pienso.

Es divertido. Entretenido, más bien. Pasas el rato, observas, imaginas, supones... He visualizado desmembramientos, lobotomías, descuartizamientos, descoyuntamientos, arañazos, ceguera repentina, todo tipo de golpes y muchos, muchos, muchos escupitajos.

Ahora, sin embargo, no sé qué hacer, ando un poco perdida en el metro o el tren. Siguen leyendo, claro, todos los demás siguen leyendo. Pero la miopía o astigmatismo de mi mirada, el grado de desprecio o profundo amor que les proyectaba iba en función de lo que estuvieran leyendo; y ahora cómo. ¿Cómo hacer una cosa así si va todo el mundo con el libro electrónico? Estoy completamente desorientada, perdida, insatisfecha con mi ratito de psicopatía mental. No sé lo que leen. No sé qué narices tienen ahí metido. No sé si están aportando su granito de arena para acabar del todo con la poca dignidad humana (si el oximoron es tolerable, que diría Borges) leyendo a Rhonda Byrne o intentando sobrevivir y siendo felices leyendo a Javier Marías o Martin Amis y haciendo de este sitio un Lugar Mejor. ¿Qué hacer ahora, cómo mirarles? No quiero mirar bien a alguien que lee El Secreto, o Harry Potter. Ni quiero mirar mal a alguien que no se lo merezca.

Sí, a veces yo también leo. Pero no suelo hacerlo en público. Me da vergüenza y miedo. Con Alejandro Dumas, por ejemplo, todos me miraban como si quisieran degollarme.

Creo que el insecto, finalmente, debo de ser yo. Aunque Kafka ya dijo algo al respecto.

martes, 7 de febrero de 2012

SETENTA

Kavafis, El dios abandona a Antonio

Antonio, el dios me ha abandonado
a mí también.
No sé a qué lado de la ventana colocarme
para ver pasar la comparsa invisible,
sagrada, y ser valiente mientras la contemplo.
De pronto, sí, oigo a medianoche
sus cantos, la comparsa fúnebre
y las trompetas.
Es que ya han llegado, Antonio,
para mí también, las voces fantásticas,
mi suerte que declina, mis proyectos
que fueron todo errores y mis hazañas
no cumplidas.
Antonio, temo ser miedosa y suplicante
como las cobardes.
Antonio, que has sido mi amigo,
mi amante, y estás del otro lado,
te has ido antes y ya sabes más,
no me dejes decir, como a veces quiero,
que fue un sueño. Que todo esto
todo esto fue un sueño,
y nada más.
¿Es este, Antonio, tú que lo viste antes,
el ritmo que hace Alejandría al alejarse?

viernes, 3 de febrero de 2012

SESENTA Y NUEVE

Wislawa, ¿morir?
Eso no se le hace a un gato.

Wislawa, has muerto.
Ya lo sabrás, claro.
Te habrás dado cuenta.
Pero es que has muerto.
Me has dejado huérfana.
Tú te has muerto. Y yo no.
Y eso, ¿cómo se hace?
¿Cómo se queda una sin ti?

¿Y ahora qué?
¿Fregamos los platos? ¿Una lavadora?
¿Planchamos, ordenamos libros?
¿Ahora qué? ¿Qué, poeta?

Wislawa,
no sé cómo decirte esto:
has muerto.
Tienes que irte.
Déjanos la paz.
Ahora, déjanosla.

Wislawa, te has muerto.
Por si no lo sabes.
Te has muerto. Y eso,
no se le hace a un gato.
Tú misma lo dijiste.

Estabas fuera del mundo,
pero te has ido sin contarme cómo eras
cuando eras joven. Qué hacías
cuando todo te dolía. Qué hacías
cuando no te dolía nada.

Dónde echabas a dormir
tu cabello blanco, quién estaba a tu lado.
¿Quién? ¿Hijo, marido, amigo, amante?

Versos. Tabaco. Café. Versos. Copa.
Periodistas. Pero los periodistas
tuvieron que venir luego. Antes,
¿qué hubo antes? No solías
reivindicar mucho nada
sólo pusiste un espejo frente
a lo que somos. Con eso basta.
Para reivindicar, sólo hace falta
vernos.

Y la risa. La sonrisa, más bien.
Te has muerto, Wislawa.
Déjame que te llame así,
como a una amiga.
Porque las mujeres que me explican
lo que tengo de ser humano y lo que no,
tienen que ser amigas.

Wislawa, te has muerto.
Ya no sé cómo leer todo aquello
que permanece en mi habitación.

No sabré pensar en ti como muerta,
Wislawa. Me has dejado sola.
Como dicen que estamos todos.
Pero unos más que otros, mujer.
Unos más que otros.

Los periódicos no hablan de ti.
No dicen detalles del tipo: entierro,
incineran, familia, cuerpo, funeral.
Detalles que perfilan una muerte segura.
Yo no sé si creerme que estás muerta.
Dicen: reedición, obra, completa.

Mira que si nos estás tomando el pelo.

Mándalos a la mierda, Wislawa, una vez más,
aunque sea la última.