viernes, 10 de febrero de 2012

SETENTA Y UNO

Con la llegada del libro electrónico ir en transporte público ya no es lo que era. Antes me entretenía mucho fijándome en los libros que lee la gente. A quien leyera La sombra del viento le correspondía la Mirada de Medusa. A quien fuera leyendo El Código da Vinci (y encima con avidez), le correspondía la mirada Fíjate En Mí Que No Vas a Volver a Verme. A quien leyera Los pilares de la tierra le correspondía la mirada Profunda Mirada de Asco. A quien leyera a alguno de los Buenos, sin embargo, le miraba de forma menos fija y con profundo amor fraterno (cronopio cronopio).

Una vez vi a un señor con traje, corbata y maletín, con toda la pinta de comercial (no de catedrático; aunque no sé qué es peor...) leyendo a Eurípides en una edición de Cátedra. ¡Oh, por los dioses del Olimpo! A punto estuve de arrodillarme y besarle la mano y decirle que podía incluso votar al PP, que no me importaba nada. El mundo estaba salvado o, al menos, había esperanza.

Bueno, bueno, innes, tampoco hay que volverse loco...

Pero eso no suele ocurrir... Lo de Eurípides, digo, no lo del PP.

Una vez alguien me dijo que a veces pongo cara de entomóloga al mirar a la gente: o con ganas de clavarles un alfiler entre brazo y brazo o con ganas de estudiarlos. Siempre sorprendida, en cualquier caso. Entre el asco y la fascinación. ¡Mira, ha movido las alas! ¡Hazlo otra vez, hazlo otra vez! ¡Mira, se retuerce! ¡Hazlo otra vez, hazlo otra vez! Los demás son a veces como gusanos a los que no puedo dejar de observar. La de entomóloga, la cara que practico cuando frente a mí hay alguien sentado leyendo tranquilamente a Paulo Coelho. Aunque tan tranquilamente no estará cuando anda leyendo eso.

"Vaya, vaya... Qué tenemos aquí... ¿Los gusanos leen? Puede, pero no interpretan", pienso.

Es divertido. Entretenido, más bien. Pasas el rato, observas, imaginas, supones... He visualizado desmembramientos, lobotomías, descuartizamientos, descoyuntamientos, arañazos, ceguera repentina, todo tipo de golpes y muchos, muchos, muchos escupitajos.

Ahora, sin embargo, no sé qué hacer, ando un poco perdida en el metro o el tren. Siguen leyendo, claro, todos los demás siguen leyendo. Pero la miopía o astigmatismo de mi mirada, el grado de desprecio o profundo amor que les proyectaba iba en función de lo que estuvieran leyendo; y ahora cómo. ¿Cómo hacer una cosa así si va todo el mundo con el libro electrónico? Estoy completamente desorientada, perdida, insatisfecha con mi ratito de psicopatía mental. No sé lo que leen. No sé qué narices tienen ahí metido. No sé si están aportando su granito de arena para acabar del todo con la poca dignidad humana (si el oximoron es tolerable, que diría Borges) leyendo a Rhonda Byrne o intentando sobrevivir y siendo felices leyendo a Javier Marías o Martin Amis y haciendo de este sitio un Lugar Mejor. ¿Qué hacer ahora, cómo mirarles? No quiero mirar bien a alguien que lee El Secreto, o Harry Potter. Ni quiero mirar mal a alguien que no se lo merezca.

Sí, a veces yo también leo. Pero no suelo hacerlo en público. Me da vergüenza y miedo. Con Alejandro Dumas, por ejemplo, todos me miraban como si quisieran degollarme.

Creo que el insecto, finalmente, debo de ser yo. Aunque Kafka ya dijo algo al respecto.

1 comentario:

  1. Uno de los problemas del metro es que, en la mayoría de las líneas, para saber con disimulo qué lee un viajero en su libro electrónico, resultaría imprescindible echar un vistazo como sin querer por encima del hombro. Esta tarea precisaría de colocarse en el exterior de los vagones, colgado, quizá, y mirar hacia adentro por las ventanas. Aparte de la incomodidad y del estupor que causaría en los no lectores el reparar en esa actividad, no debe desdeñarse el riesgo de que aparezca otro convoy en sentido contrario y deje al cotilla hecho un guiñapo.
    Te sugiero te fijes en los zapatos, también dan muchas pistas y es menos escandaloso.

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