jueves, 24 de febrero de 2011

DIECINUEVE

El sol ofende. Cuando las ausencias pesan más que las presencias, y el pálpito de los días y las horas es lento, mecánico, indiferente, las carencias son lo único que dan la cara. Todo funciona igual sin ti. E igual de bien que el mecanismo de un reloj. Pensabas que ya nada iba a ser igual, y lo doloroso es que sí lo es. No importa todo lo que tengas, que sí importa. Pero no importa. Luce el sol y tú podrías no estar, quizá no estés y lo que contemplas es sólo la película muda titulada Lo que el viento no se pudo llevar, como el chiste. Todo aquello de lo que tu memoria ya no va a participar. Luce el sol, la ciudad está dolorosamente hermosa, los turistas se agolpan como siempre en el Museo del Prado y decenas de estudiantes broncean su piel en su día de salida cultural. Luce el sol, la primavera se ha adelantado, te preguntas por qué carajo, coño, joder, no hace frío como en tu corazón. Acto seguido te insultas por no tener la capacidad para inventar una imagen menos pringosa y cursi que esa. Brilla el sol, tienes la oportunidad de contemplar el paisaje urbano en un prosaico y liviano día de invierno, como una señorita que sale a tomar el té, con sus guantes y su sombrerito, displicente, desde un taxi. Si alguien te viera, no vería nada. Unas gafas de sol e insomnio común. No vemos la tragedia que lucha por no llegar nunca a escenificarse en esos transeúntes, tranquilos, despreocupados, aparentemente con rumbo. ¿A dónde irán? Cielos, ¿a dónde es que se dirigen? Luce el sol, un día magnífico para un asesinato del tipo "nadie lo esperaba, era una chica normal", uno de esos días en los que de un momento a otro puede haber un atentado, un terremoto, un tsunami, un ataque alienígena. Pero nada de eso pasa nunca. Casi nunca. La tragedia está en nosotros. En aquél que espera el semáforo verde para cruzar. En ésa que camina tan conjuntada. En ése, en el de la moto, ¿no le ves los ojos dentro del casco? En éste que me mira desde su BMW 4x4. En mí. Si no les ha alcanzado el tsunami, ya les alcanzará. No os asustéis; el problema es que sobrevives. Un día magnífico para frivolizar. No importa que el dinero que lleves en el bolsillo te alcance para rellenar tontamente esos ¿huecos? no, esas simas en el espíritu que dejaron el último meteorito de dios -era un regalo, pero no apuntó bien- en las que hay eco y sólo te oyes ya a ti misma repetir una y otra vez las mismas palabras una y otra vez, las mismas palabras, como si tú misma fueras ya única y solamante eso, y bien sabes que no es verdad, que eres muchas otras cosa aparte del dolor, pero de tantas veces darle a rebobinar te sabes el guión de memoria y lamentas que estés confundiéndolo con tu propia vida... Tratas por una vez ser superficial de verdad y en lugar de comprarle a tu novio una Triumph optas por una opción más de tu clase social y constatas que no está mal el futuro inmediato, pues en este preciso momento no sientes dolor (físico) y el dinero que llevas te alcanza para
a) pagar un desayuno con zumo de naranja natural, que ya es decir.
b) pagar un taxi de vuelta a casa, que ya es decir.
c) comprar una nueva falda o
d) aquellos zapatos que te gustaron o
e) el libro de dibujos infantiles tan bonito pero tan caro o
f) ese DVD o simplemente
g) la posibilidad de algo (eso es gratis).

Cuando algo te falta, lo demás se cae porque no existe.
Decía Federico Luppi en una película que un fantasma es una ausencia. Yo tengo muchos fantasmas en mi vida. Pero los dos últimos, los dos últimos, están pesando más que nada, más que nadie.

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