sábado, 26 de febrero de 2011

VEINTIUNO

Los de enfrente bajan las persianas de golpe, y sólo son las seis de la tarde. Brilla un sol hermoso aún a pesar de las fechas que corren. Bajan las persianas como si se avecinara un ataque zombi, y yo me pregunto por qué.
Todo está quieto y tranquilo. A veces parece incluso todo en orden.
Toda la tristeza que me consume, se vuelve a veces serenidad.
Algún coche pasa por la calle, despacio. Los estores hacen clinc clinc en los marcos de mis ventanas, porque yo estoy expuesta. Sin embargo, persianas, cortinas, todo corrido en sus casas. Incluso el hombre que saca el cuerpo para fumar, se preocupa de dejar muy bien puesta la cortina en su espalda para que nada de dentro se vea, y la persiana a la altura de su cabeza. A veces me pregunto si es que decoran sus casas con cadáveres momificados, o algo así; o es que tienen algún Rothko decorando las paredes del salón de sus casas (por lo que por mí podrían estar tranquilos), justo por encima del torito y la sevillana. No hay vida más allá. Se esconden. Hasta la vecinilla del bajo se ha ocultado hoy... Una vez, en un bloque que queda un poco más lejos, pero también frente a mi casa, vi un hombre trabajar en un escritorio bajo la luz de un flexo. Supuse que corregía o estudiaba. Levantó la cabeza de los papeles, me vio mirarle a lo lejos, bajó el estor y nunca, nunca más he vuelto a verle.
No lo entiendo.
¿Tan asustados estamos? ¿Tan metidos en la cueva que no dejamos ni siquiera que nos vean estar a salvo?
He visto a mucha gente escribir en sus casas mientras pensaban que nadie les veía. Quizá piensen que soy de la Policía del Pensamiento. Y qué va, soy una víctima, como ellos.

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