lunes, 21 de febrero de 2011

DIECISIETE

Si algo me gusta de vivir frente a otro bloque de pisos (con la debida distancia y altura) es ver a la gente hacer vida en sus casas. Observando usos y costumbres, deduzco un sinfín de cosas acerca de sus vidas, de sus historias, de sus alegrías y tristezas. A la vez, saber que frente a mí puede haber alguien que hace lo mismo que yo, y de esta forma ser yo un personaje inventado por alguien al otro lado, me hace gracia. Aunque creo que paso tanto tiempo en la ventana que no haber visto ya a alguien observándome me hace perder la esperanza de ser un personaje más.
La chica del bajo, por ejemplo. Tiene dos ventanas que dan a la calle y casi siempre están abiertas. Aunque haga mucho, mucho frío. Es joven, de unos treinta o treinta y cinco años. Vive sola y ha colgado una cortina azul y otra de color naranja en cada una de las ventanas. Las cortinas son transparentes, brillantes, de unos almacenes suecos que todos conocemos. Son cortinas que en su momento yo descarté por brillantes. A ella le han gustado. Pasa las horas frente al ordenador, con el messenger de hotmail abierto. Colecciona latas vacías en la ventana y una plantita más muerta que la mía, que ya es decir. A veces tiene ropa interior en un tendedero pequeñito que cuelga también en la ventana, pero hacia dentro. A veces se pasea en bragas y camiseta por casa. Está gordita y no me parece atractiva, pero me pregunto si se imagina que alguien la está observando. Imagino que sí, y eso la hace atractiva, pero poco. La semana pasada estuvo de viaje porque no encendió las luces ni un día en ningún momento. Me tuvo preocupada, ¿y si le ha pasado algo? Este fin de semana, por primera vez, ha bajado las persianas casi hasta abajo. ¿Habrá follado? Imagino que sí. De vez en cuando sale los viernes, o los sábados. Lo que el salario la permite, supongo. Quedará con amigas, con algún amante del que esté más enamorada ella que él. Llega tarde del trabajo y, en días como hoy, por ejemplo, aún no ha llegado. A veces la aconsejo en voz baja ("no te acuestes tan tarde", "ese chico no te conviene") y a veces imagino que me aconseja ella a mí ("pues anda que tú", "deja ya de mirar por la ventana"). En cierto modo la quiero, porque es una presencia muy poco molesta y porque me transmite soledad, y esa soledad me recuerda a mí.
Aunque no tengamos nada que ver, salvo las ventanas abiertas pese al frío, o precisamente por eso. Este frío que no se va.

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