martes, 22 de febrero de 2011

DIECIOCHO

De los hospitales te vas siempre con la sensación de que huyes de algo, de que si no te das prisa en salir no te van a dejar ir; pero cada vez que te giras inquieto por los pasillos, asustado, acelerando el paso, pensando sólo en llegar a la puerta y cruzarla... te das cuenta de algo inquietante y curioso: nadie te persigue.

5 comentarios:

  1. Lo inquietante es que esa sensación se tiene aunque vayas allí todos los días a trabajar. Aunque normalmente te persiguen. Una radiografía, un análisis, el resultado de una ECO, unos ojos tristes que te miran desde una camilla...todos se montan conmigo en el autobús de vuelta a casa.

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  2. Ahora entiendo lo que me transmiten los médicos que me tratan. Esa constante distancia pase lo que pase, diga lo que diga, ría o llore, hable o calle. Luchan por no llevarse a casa todo eso que comentas. Prefieren mirar la pantalla del ordenador que la pantalla de mi cara. Quizá sería más fácil olvidarlo si se rindieran y dejaran de luchar contra las emociones de los pacientes, que entiendo que deben de ser a veces muy muy pesadas.
    Un beso, Princesa.

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  3. Se podría escribir un tratado acerca del intercambio de emociones en un hospital...creo que del mismo modo que a un médico le ayuda mucho a entender (entender entender) a un paciente cuando le toca serlo (ver el hospital en horizontal), también al paciente le ayuda ser médico para entender al médico. Vaya galimatías. Beso Innes.

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  4. Yo, cuando traspasé la puerta, me encontré en otro mundo, un mundo irreal, en el que la falta de intimidad de la habitación compartida y a la vez la promiscuidad entre los enfermos que la compartían y los familiares, la cotidianidad y a la vez lo inconcebible de la situación, lo incomprensible de estar allí, ese vivir al límite y a la vez permaneces aburrido y sin nada que hacer, esperando siempre...todo eso, vida al borde del abismo, sin que nadie te pueda ayudar, con todos los sanos lejos, muy lejos de tí, aunque esten a tu lado, las palabras que no se pueden decir, que no se aciertan a decir, el disfraz permanente de la tragedia. Todo eso es una mierda, pero a la vez está lleno por todas partes de humanidad (no lo entiende uno, pero se crean vínculos más profundos que fuera). Es absurdo. Allí, te das cuenta, se puede vivir.

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  5. Una vida al borde del abismo con todos los sanos lejos. Acabas envidiando hasta a tu abuela (quien la tenga) y su salud renqueante pero firme.
    Ya lo creo, lo de los vínculos, Francisco. Pero, ¿realmente se puede vivir?

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