martes, 22 de marzo de 2011

TREINTA Y UNO

La medianoche dura sólo un minuto.
Todo lo que se le atribuye dura sólo un minuto.
00:00
Medianoche. La hora bruja, decían en un programa de radio. Pues bien, resulta que la hora bruja no es una hora, sino un minuto.
Pero es tiempo suficiente para levantarse y mirarse al espejo. Tiempo suficiente para no reconocerse en él; tiempo suficiente para despertar, aunque no para dormirse.
Tiempo suficiente para romper ese espejo. Para cortarse con él. Para no querer seguir.
Y para no recordar nada a la mañana siguiente, para eso, también es tiempo suficiente.
Para echar la vista atrás, para gritar.
Para callar y no volver a hablar nunca, jamás, o volver a hacerlo al día siguiente, pero sin ganas, sin convencimiento, sin papel.
Es tiempo suficiente para reír, pero no para llorar.
Para almacenar recuerdos como losas en el corazón no es tiempo suficiente, requeriríamos de un minuto más.
Es tiempo suficiente para caer los párpados.
Y para replegar uno por uno, como lápidas antiguas, todos y cada uno de los deseos que pesan, y asfixian, y ahogan, sobra tiempo.
Para respirar es tiempo suficiente. Pero no para ahogarse.
Es tiempo suficiente para emborracharse, pero no para beber.
Tiempo más que suficiente para cuestionarse, entrar en caída libre, dudar, resbalar, desplomarse y no querer levantarse más por miedo a la humillación de la caída.
Más que suficiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario