viernes, 17 de febrero de 2012

SETENTA Y DOS

El sábado estuvimos Polidori y yo en una conocida librería. Él buscaba no sé qué libro (perdona, Polidori, no me acuerdo) y yo buscaba no sé qué libro (me acuerdo, pero no me lo perdono). El mío no lo tenían, no compré ninguno. El suyo sí, pero se compró otro. Después fuimos a otra librería y ahí sí pequé y me compré un par de libros de bolsillo: La información, de Martin Amis y uno de relatos de Raymond Carver.

Total, casualidades de la vida. El viernes escribía aquí un post retratándome a mí misma como una perversa cotilla y voyeur literaria en el transporte público, y el sábado nos toca a nosotros "sufrir" un episodio igual, pero al revés. Me explico:

dado que yo soy un poco maricona con las bajas temperaturas y no quise salir de casa motorizada por no sufrir con el frío, nos tocó volver en metro y sufrir con la gente, con la marabunta, con esa manada de seres que son feos y huelen mal. Sí, ya, ya... ¡qué fuerte, lo que dice! Pero no me digáis que no. La gente es fea hasta decir basta. Y en el metro más. Yo no, yo soy muy guapa y Polidori también. Refulgimos entre la multitud. Resplandecemos de belleza cuasi elfa, cuasi divina.

Pudimos sentarnos y, ansiosos, sacar nuestros nuevos -y resplandecientes como sus dueños- libros. Empezar libro nuevo es como una primera cita con alguien que te gusta y para el que te has perfumado, depilado y arreglado. Bueno, quizá me haya pasado un poco, pero es parecido. Pensadlo, pensadlo, se le parece mucho.

Yo saqué La información y me puse a leer. Polidori sacó su Historia del punk (claro, ¿cómo quieres que escriba bien el título si no me acuerdo?). A nuestro lado una chica, y enfrente un chico. Juntos, eran pareja. A los dos les dimos un buen rato, porque estuvieron burlándose de nosotros de forma bastante descarada. Y yo preocupándome por disimular y ser sutil cuando me toca sentamer al lado de un lector de El niño con el pijama de rayas.

Según me contó Polidori (yo no me enteré de nada, pues la lectura me tenía absorvida) ambos nos miraban y se reían. Supongo que les haría gracia que yendo juntos nosotros en lugar de "hablar" o mirarnos a los ojos, fuésemos leyendo cada uno su libro. La chica, entonces, le dijo al chico "cómprame un libro". Y se reían. Y ella, otra vez: "cómprame un libro". Y se reían. Y nos miraban. Y ella, insistente, "yo también quiero un libro, cómprame uno, ¿no?". Y otra vez y otra y otra: "cómprame un libro", "cómprame un libro", "cómprame un libro". Así estuvieron un buen rato. Bajaron en la misma parada que nosotros.

Polidori me lo contó con una sonrisa condescendiente en la cara. Yo le reproché que no me lo hubiese dicho antes, porque realmente no me enteré de nada. Y me hubiese gustado, la verdad. Me hubiese gustado poder decirle "Toma, mujer, ¿quieres el mío?".

La pobre, que estaba con el mono...

2 comentarios:

  1. ¿Con quién mejor si ella era tan 'mona'? Mejor que no se lo dieras, pobruca, ¿qué iba a hacer con él?
    -El destino te ayudó a ser justa-

    Nená

    ResponderEliminar
  2. ¿Eres cántabra?

    (Seguramente lo usaría para equilibrar su cabeza, digo su mesa).

    ResponderEliminar