sábado, 16 de junio de 2012

CIENTO CUATRO

Escribir II

Escribir quizá para auyentar este miedo de ser yo y no ser la misma, este vuelco del corazón, este fantasma que puede asustarse de las palabras de las que no me asusto yo. Porque nada me espanta. 
Escribir para mantener la cordura o enloquecer del todo, pero no quedar a medias entre los vivos y los otros. Sobre todo no ser uno de ellos, uno de vosotros, aunque la soledad me pese y me haga daño a veces. Para encontrar ese camino tal vez que ninguno conocemos pero necesitamos para pisar firme, aunque sea de lado, o de puntillas. Nada me turba. 
Las cosas ya no son un mapa. Son un rompecabezas. Un GPS de la desorientación.
Escribir sin necesidad de decir nada. Porque no hace falta decir nada, ni siquiera es necesario querer hacerlo. Ya da igual. Ellos están allí, y nosotros aquí. Mientras haya un nosotros el golpe no será tan grave. No pasa nada. Escribir para dejar el mensaje dentro de la botella y la botella calentándose al sol junto a mí. Y mientras el último mensaje arde dentro, escribir uno nuevo sin destino, otra vez. Nada me espanta. 
Escribir: no hay nada que decir. Incluso esto ya lo dijo algún griego, cuando todo estaba aún por ser contado. Pero esa certeza de no llegar primeros a la meta, primeros a la "habitación de las cosas nuevas", no debería detenernos, ni enmudecernos, pues no es lo que queremos llegar primero, sino llegar mejor. 
Escribir, porque ha llegado el calor de golpe, como un dolor o una amenaza. Nada nos tranquiliza ahora, nada nos sosiega. Y no hay nada que hacer, lo he comprobado. Pero nada me turba. 
Escribir que lo intenté todo. Todo menos tirarme en paracaídas, o hacer galletas. Sí, dejo constancia, aquí dejo constancia, de que todo lo he intentado y para nada ha servido. Nada sucede. O yo no lo percibo. No, la paciencia no todo lo alcanza. Llaman paciencia a la resignación, cuando no se atreven a decir "ríndete", te dicen "ten paciencia". 
Escribir, para insultaros: no me hablen de paciencia los que jamás comieron tierra a la hora del recreo, los que jamás tuvieron que tragar su sangre por vergüenza, los que escupieron y no fueron escupidos, los que no llevaron gafas, los que no quedaron cojos, los que siempre rieron últimos y olvidaron que últimos, últimos, somos todos. 
No me hablen de paciencia ni de distracciones. Todo me sabe mal y edulcorado. No me quiero distraer. Las distracciones son para los imbéciles.
Todo ha sido inútil salvo arrancarme el corazón
y dejarlo por escrito. 


4 comentarios:

  1. No podría estar más de acuerdo.

    Un abrazo,

    :)

    ResponderEliminar
  2. em, nose como cai aca, saludos desde argentina de un asmatico de 14 años, muy bueno eso realmente, es poesia :)

    ResponderEliminar
  3. Manuel, hola. Eres un asmático muy joven. Pero quien es asmático lo es desde que habla, e incluso antes, la verdad. Beso.

    ResponderEliminar