lunes, 18 de junio de 2012

CIENTO CINCO

Mis amigos II

Tenía una mancha en el ojo. Y una nariz de las que se dice que tienen personalidad cuando quieres a quien la posee. 
Y el pelo largo, que peinaba hacia atrás con poco disimulado orgullo. 

-Pero tú eres peluquero, Ramón... 

Y decía que no, aún teniendo una peluquería en su casa. Decía que no. 

- Yo no soy peluquero. Hago de peluquero. 

Y remarcaba mucho el "hago de". Enfatizaba. 

No lo entendí hasta más tarde. Años, quizá, tardé en entender la importante diferencia que hay entre el verbo "ser" y el verbo "hacer" siempre, pero sobre todo en el mundo laboral. 

No nos dejaba acosarle sexualmente, ni a mis amigas ni a mí, pero cuando íbamos a su casa nos recibía en pelotas. 

- Acabo de salir de la ducha, ¿cómo quieres que esté?

Claro, claro... le decíamos. 

Tenía una forma poco habitual de mostrar cariño: ayudaba siempre que podía. Si necesitabas algo, estaba ahí. 

Un verano, nos dio por colarnos en una piscina privada de madrugada. Era una piscina que estaba en el pueblo de al lado, y subíamos en varios coches. 

Formábamos un grupo de lo más variopinto, amigos, muy amigos, hermanos y conocidos en la barra de algún bar. 

Creo que éramos felices. Lo pasábamos tan bien que olvidábamos las raíces amargas de nuestros  pies, de nuestros pasos, de nuestros días. 

Saltábamos la valla y dejábamos nuestras cosas. Aunque "nuestras cosas" eran pocas. Por supuesto nos bañábamos desnudos. Bueno, algunas con bragas, tangas u hojas de parra. Uno de los del grupo es ahora alcalde del pueblo por una de esas extrañas conjunciones que a veces ocurren y todo sale bien. Tiene que ser un buen alcalde quien conoce desnudo las piscinas privadas de su pueblo. Lo es, lo es. 

Una noche, subimos al pueblo con unos chicos vascos que habíamos conocido hacía algún tiempo. Menos del que recuerdo, seguramente. Uno de ellos me gustaba mucho, pero era tan tímido que ni siquiera me miraba a la cara. 

Como yo también soy tímida, llevábamos pelando la pava varias noches. Y Ramón me decía: me gusta ese chico para ti, me gusta... 

- Bueno, no está mal... -me hacía la interesante-, pero no me hace ni caso. 

Nos metimos en el agua con los demás y yo, miope, no veía nada, claro. Sin gafas, y sin lentillas, y de noche. Pude notar que se acercaba a mí I., el chico que me gustaba. Y hasta que no me acorraló dentro del agua contra la pared y me dio un beso no supe a quién tenía enfrente. Mi pensamiento fue "espero que sea quien yo creo que es y quien yo quiero que sea...".

Cosas que pasan si no ves casi nada. Riesgos que tienes que correr.

Bueno, riesgo, riesgo... poco, la verdad. 

"Joder, con los tímidos"... (pensé). No voy a dar más detalles del momento beso estando yo medio ciega y hundiéndome en el agua (no hacía pie) porque voy de la melancolía a la risa y de la risa a la melancolía. 

Tardábamos tanto en secarnos que se nos hacía de día por el camino. No teníamos toallas, nada. Sólo la poca ropa que uno lleva en verano. Entramos a desayunar en un bar y mi hermano se dio cuenta de que no llevaba la cartera. Preocupación general, susto particular. ¡La piscina! Mi hermano es físico, y es de natural despistado. ¿Cómo recuperar lo olvidado en una piscina privada, de noche, en otro pueblo, sin coche y sin conducir? Tampoco estaba seguro de haberla perdido allí.

Ramón no tardó ni un segundo en ofrecerse. Condujo de nuevo hasta el pueblo vecino, por una carretera de curvas, sin dormir y dejando el café caliente del desayuno ahí, sobre la mesa. 

La cartera estaba ahí y mi hermano la recuperó. Volvieron por la misma carretera por la que habíamos vuelto todos una hora antes, por la misma carretera por la que un año después, en un accidente absurdo, Ramón se mató.

5 comentarios:

  1. Joder...vengo de recordar la peli Monrise Kingdom, que vimos el otro día y leo esta historia, tan bonita y bien contada y con un final tan demoledor...

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  2. Gracias, Princesa. Ojalá no la hubiera tenido que contar.
    Me apunto la peli. No sé cuál es.

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