lunes, 12 de marzo de 2012

SETENTA Y SIETE

A veces basta con el sol, con esta quietud. Disfrutar de esta luz en la calle, en un parque, en la montaña o en casa, como ahora. Esta quietud que es la que nos quieren quitar. No se sabe quién, ni se sabe por qué. Nunca. Pero quieren despojarnos de una calma que tenemos por derecho propio y porque sí. La perdemos a veces muy pronto, a veces tarde. Pero hay que (re)conquistarla. No sé qué haría si no pudiera parar, respirar y hablar conmigo en este silencio que me brinda cada tarde para reencontrarme con la parte más callada de mí misma.
Este momento, que pocas veces comparto como ahora, es quizá el momento en que mi cabeza se vacía y por lo tanto se recarga.
Este compartir escribiendo ya es faltar a mi cita conmigo. Pero hoy yo he necesitado compartirlo con no se sabe quién. Me escucho, y me hago caso. Me escucho, y me hago caso.
Es maravillosa esta hora de la tarde, y es maravilloso este sol y este silencio que arropa.
Hablo mucho durante el día. Mi trabajo me obliga a ello. Y es agotador. Ese dar y dar y dar y dar... Hay que hacer un esfuerzo para mantener la calma. Y cada vez requiero menos esfuerzos para conseguirlo. Gimnasia del "estar", será.
Necesito parar y recoger cada una de mis voces y recuperar parte de mí misma que he ido perdiendo durante el día.
Ahora, junto a este gran ventanal, junto a este sol y esta muchedumbre de pájaros a lo lejos que asombrosamente la tarde me regala en mitad de Madrid, recibo. Recibo lo que ahora me ofrece el momento. Y puedo imaginar incluso el mar, mi infinito y querido mar y sentir, muy íntimamente y sin melancolía, que lo oigo y lo huelo y nunca le digo adiós. Nunca le digo adiós. Sólo me voy tierra adentro.
Es importante abstraerse del ruido y la furia, y la prisa. Hagas lo que hagas no vas a llegar antes, no vas a llegar mejor, no vas a llegar a más yendo más deprisa. Es importante evitar los gritos. Evitar incluso hablar alto. Digas lo que digas, no se te va a entender más, ni mejor. No depende de tu volumen que se te escuche, sino de tu interlocutor.
El presente. El ahora. No sabemos qué sucederá después y me concentro en concentrarme en mis dedos, en esta luz amarilla y cálida, en este silencio quieto y no hacerme preguntas, ninguna. Evitar también las respuestas.
En estas soledades, diría Machado, uno puede echar de menos incluso un ruido. Pero no. No echo de menos nada, salvo el mar, y quizá el aplomo para no entristecerme por ello. Y me acompaña la certeza de saber, eso sí, que dentro de un rato tendré la mejor compañía para compartir esta fascinante aventura que cada tarde vivo, cada tarde, durante una hora, conmigo misma.

2 comentarios:

  1. De vez en cuando llegan esos momentos de recarga, en que te asalta el silencio y la paz, vienen de repente...

    ResponderEliminar
  2. Es verdad. Supongo que no sólo preceden a la tormenta sino también la sobrevienen.
    Y si no vienen... Hay que ir a buscarlos.
    Francisco, ¿al entrar a tu blog hay una advertencia moral o me lo he imaginado yo solita?

    ResponderEliminar