La cena japonesa de ayer a la que me invitó Polidori estaba tan escandalosamente buena que a punto estuve de juntar las manos mirando al cielo poner los ojos en blanco y bendecir la mesa y dar gracias al Señor por estos alimentos y en especial los niguiris de pez mantequilla cubiertos de trufa blanca.
Y eso.
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